Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 30 de abril de 2009

Poética

Cómo hablar de libros que no se han leído

Pierre Bayard,

Anagrama, Barcelona, 2008.

Mientras leía Cómo hablar de libros que no se han leído fantaseé con ser profesor de instituto. Imaginé un taller de literatura en el que cada uno de mis alumnos recibía un libro con el encargo de hacer un trabajo sobre el. No les pedía que estudiaran ningún aspecto concreto, sino que escribieran con total libertad sobre el libro, y, lo más importante, que lo hicieran sin sentirse obligados a leerlo.

La especulación sobre los resultados de este experimento soñado, me acompañó durante el resto de la lectura, con la sensación de que mi fantasía se había dejado llevar hasta el extremo opuesto de lo que habitualmente recordamos de las lecturas escolares. De hecho - y así lo subraya Bayard – la virtud de leer, la obligación de hacerlo de forma amplia y completa y la descalificación sistemática de quienes hablan de un libro sin leerlo, son los mandamientos elementales que nos inculcan desde las academias de las letras.

Bayard sostiene que estos axiomas marcan para siempre nuestra relación con los libros y la lectura, construida en torno a tres obligaciones que son reflejo, a mi modo de ver, de los tres principios morales que nos andan jodiendo la vida: la bondad, o nuestra obligación de perseguir el bien, la obligación de leer en busca de la verdad; la coherencia, que nos fuerza a ser precisos, a construir argumentos completos, a leer los libros desde el índice hasta el epílogo. Y, por último, la sinceridad; la que nos coacciona a la hora de pronunciarnos sobre los textos desconocidos, no leídos.

En mi opinión estos principios morales tienen como origen, como sustento argumental, un equívoco. Un equívoco que aunque sea bienintencionado, a menudo no pasa de ser autocomplaciente.

El error consiste en atribuir a la literatura la capacidad de transferirnos conocimiento. Un conocimiento acumulable, que es posible ampliar y refinar. Se asume habitualmente que gracias a la literatura seremos capaces de comprobar, demostrar, construir unas teorías sobre los avances de otras y – como en las ciencias formales – eliminar tajantemente los caminos que no llevan a ningún lado. Con esta meta como reto, nadie puede rebatir que la lectura deba ser un propósito obligado y loable.

Pero la literatura no es conocimiento, es discusión. No debemos esperar que los libros abran caminos hacia el aprendizaje; cumplen su cometido con el simple hecho de entrar a formar parte de nuestra experiencia personal, de integrarse en lo vivido. Las lecturas, pienso, sólo se viven.

Partiendo de este análisis, Bayard argumenta que aquel que tenga una mayor capacidad para integrar un libro en el conjunto de sus experiencias – también, por supuesto, las ocasionadas por la lectura – es quien menos necesidad tiene de leerlo y, en cierto modo, haciéndolo limita todo el potencial de disfrute que le darían las múltiples formas de no hacerlo. Como el que yo ofrecía, generosamente, a los alumnos de mi sueño.

Más allá del estilo irreverente y divertido que emplea, creo que el fondo de la propuesta de este profesor francés reside en que los libros no tienen la función de ser leídos, sino que se usan necesariamente como elementos para construir nuestra propia representación teatral de la vida y del mundo. En consecuencia, aunque sea un proceso creativo, hablar de libros – y en particular de aquellos que no se han leído - no es necesariamente un proceso fantasioso. Todos tenemos relaciones y experiencias personales con todos los libros, empezando por la de no haberlos leído nunca. Hablar de libros consiste en narrar estas experiencias. Hablar de libros es siempre, sin remedio, hablar de uno mismo.

En la segunda parte del libro, llamada Situaciones de discurso, Bayard argumenta su tesis con el análisis de aquellas situaciones en las que uno se siente obligado a hablar de libros que no se conocen o se conocen muy poco. Lo llamativo, para mí, es que para ilustrar y evocar experiencias vitales, reales – presuntamente vividas – acuda a situaciones análogas de personajes de ficción. Explica la vida recurriendo a la novela para cerrar así el círculo en el punto en que lo vivido vuelve a lo leído. Son las vivencias, ahora, las que también se leen.

Hasta aquí la parte del libro que, a pocos días de cumplir un año escribiendo esta Bibliácora, adopto como poética. Ahora que la he desvelado, si no os importa, me tomaré el derecho de cambiarla.

3 comentarios:

  1. El primer verso del poema "Aclaración para antólogos" de mi amigo Ben dice así:

    Nosotros no leemos poesía.

    No sé si tiene mucho sentido, pero me apetecía escribirlo. Feliz finde largo.

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  2. Entonces, ¿tú los lees, o no?

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  3. A veces, Nacho, sólo a veces...

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