Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

domingo, 5 de abril de 2009

Andare via

Gomorra

Roberto Saviano,

Mondadori, Milano, 2006.

-¿Has visto lo que han hecho en Foggia?

- Sí, lo he leído en el periódico esta mañana. Pero, afortunadamente, los periodistas no entienden nada. Lo ven todo desde una perspectiva política, no entienden de negocios. Hace tiempo que no hablo con la gente de Foggia, pero estoy seguro que la idea de los autobuses es de algunos de los nuestros. En los últimos años hemos tenido que emplear a muchos africanos y albaneses en los talleres, así que los locales están indignados. Pero esto debería arreglarse en silencio, no a navajazos en los autobuses. Somos cortos de miras.

Mi abuelo paterno era de Foggia, aunque yo nací en Bari. Nací y pasé mi infancia en Appulia, en el tacón de la bota, en la parte sur del sur de Italia.

Tuve que venir a vivir a la Costa del Sol después de todo aquello. Decidí mudarme después de reencontrar a Gaetano, pasados muchos años, y meterme en un oscuro asunto de negocios que acabó con mi carrera. Ahora volvemos a ser vecinos. Pero hemos decidido no hablar nunca más de ello; nos vemos los domingos por la tarde, para hablar de fútbol y de política, a sabiendas de que son simples banalidades con las que matar el aburrimiento y la nostalgia. Nunca hablamos de mujeres. Cuando nos separamos por primera vez éramos aún muy jóvenes, así que no nos había dado tiempo a desarrollar el código de complicidad que se requiere para hablar de bajas pasiones. Nos reencontramos ya muy tarde, en una época en la que sólo hablábamos de dinero y de las precauciones necesarias para ganarlo.

Habíamos compartido durante toda la infancia el rellano de la escalera, como si fuera propiedad exclusivas de nuestras familias. Las puertas de nuestras casas estaban abiertas todo el día; la merienda se servía indiferentemente en una cocina u otra; las reprimendas y los castigos maternos nos los imponían nuestras madres de forma colegiada, como un comité arbitral de nuestros juegos.

Pero el hecho de que mi madre no fuera italiana siempre estuvo presente. Para los demás siempre fui lo spagnolo y ella procuró que no lo olvidara, que nuestra pertenencia a ese lugar pareciera transitoria. Siempre pensó que debíamos irnos, que debíamos mudarnos a un mundo más tranquilo y previsible. A poder ser, mudarnos a la Isla. Lina, la madre de Gaetano, estaba de acuerdo. En realidad todo el mundo allí pensaba - y piensa - que lo mejor es irse, buscar un futuro más digno y, sobre todo, más decente en otro lugar con más oportunidades que aquella tierra soleada de olivos, frutti di mare, fábricas ilegales y ajustes de cuentas a balazos. La tierra de la Sacra Corona Unita.

La mudanza llegó en mitad de mi adolescencia. Lina estaba entusiasmada, a pesar de la pena que le suponía perder a su compañera de dificultades, suscribía plenamente la decisión de mi madre. Nos mudaríamos a España y yo, tan estudioso y responsable, conseguiría terminar una carrera, encontrar un buen trabajo y prosperar. Estaríamos siempre en contacto. No te preocupes me decía. Puedes venir a pasar los veranos, no te preocupes.

Así fue: vine a España, estudié una carrera, encontré un buen trabajo. Luego seguí estudiando, prosperé, me enseñaron a dirigir empresas, a pensar en el negocio y casi sin quererlo, sin darme cuenta, me encontré coordinando equipos, contratando personal, analizando balances y tomando decisiones. Entré en una maquinaria autoexplicativa; la primera vez que tuve que despedir a un subordinado no me inmuté, había aprendido a analizar las circunstancias y a establecer las prioridades.

- Raffaele es un mierda. Siempre lo ha sido y nunca ha conseguido despertar de esa inercia moral suya. Se pudrirá triste y viejo, pobre y orgulloso de su valiosa honradez. Morirá solo, estoy seguro de que ni siquiera sus hijos querrán quedarse a su lado. He tenido que salvarle el pellejo en varias ocasiones, y finalmente he conseguido que le dejen tranquilo con sus trabajillos en el taller.

El mismo taller en el que solíamos pasar las tardes de verano escuchando a Vasco Rossi y a Francesco De Gregori. El taller del padre de Raffaele, que por aquel entonces solía resolver asuntos menores para los sacristas: despiezaba motos y coches robados, cambiaba matrículas o simplemente ponía a punto los bólidos de las clases bajas del clan, mafiosillos de poca monta que nos daban una propina de mille lire sólo por ir al bar de enfrente a por una cerveza y un bocata.

Yo lo tenía prohibido por mi madre, pero Gaetano y Raffaele, al cumplir los doce, empezaron a pasearse en motocicleta por el barrio. Eran motos del clan, probablemente robadas, pero desde luego potentes y atractivas. También empezaron a usar gafas de sol.

Unos años después, el día que cometieron su primer delito, yo ya vivía en la Isla. Se habían ofrecido voluntarios a cumplir un encargo sencillo, en realidad, sólo una prueba: debían robar una moto a un vecino, esconderla unos días y luego conducirla hasta una casa de campaña. Entregarla y buscarse la vida para el camino de vuelta. Lo hicieron pero los pillaron y aunque Lina nunca me lo contó, sé que esto motivó que Gaetano se fuera a hacer la mili cuanto antes. Ella siempre lo había dicho, había que marcharse de allí, andare via.

- Mi madre quería hacerme desaparecer para evitar precisamente lo que luego ocurrió. – Gaetano no culpaba a su madre sino a la tierra en la que habíamos nacido. - Me mandaron a Caserta, una de las capitales de la Camorra, para el servicio militar. Mi madre tenía la idea de que me reenganchara y siguiera toda mi puta vida en el ejército. Pero en el sur de Italia las vidas del orden y del crimen son muy próximas, se confunden. Fue precisamente en el cuartel de Caserta donde conocí al hijo de Di Lauro, y fue él quien me metió en este lío.

- Tú quisiste esa vida – debía haberme callado - fuiste consciente del tipo de vida que estabas escogiendo.

- No seas estúpido, te recuerdo que fuiste tú quien acudiste a nosotros.

- Yo no sabía cómo manejar el trasporte al este de Europa – no debía haber empezado esa conversación.

- Vosotros, como tú dices, como si realmente existiera alguna diferencia entre nosotros y vosotros, queríais hacer más negocio, y aun sabiendo a qué me dedicaba no te alejaste, sólo te fijabas en la oportunidad. Muy propio de ti, tan responsable y profesional.

Es cierto. Yo sabía que Gaetano, después de su servicio militar había empezado a trabajar para el clan. Aunque fallaran la prueba de la moto, había caído en gracia y años más tarde, supo hacer valer sus amistades napolitanas para prosperar. Casi sin quererlo, sin darse cuenta, empezó a coordinar equipos, a contratar mujeres para las fábricas de zapatos, a ocultar dinero y a tomar decisiones. Su maquinaria también era autoexplicativa; la primera vez que tuvo que mandar eliminar a un chivato, había aprendido a analizar las circunstancias, a establecer prioridades. No se había olvidado de sus amigos:

- Le di una oportunidad a Raffaele. Sólo le pedí que se encargara de nuestros coches; de limpiarlos, ocultarlos, quemarlos si hacía falta. Pero empezó a decir que no podía, que su padre le había rogado que buscara para sus nietos una vida diferente. Me estaba dando muchos problemas y no me tembló el pulso cundo fui personalmente a aclararlo. Ni siquiera necesité amenazarlo.

Nos interrumpe la mujer de Gaetano. Loredana es elegantísima y refinada. Se dedica al arte, pero nunca he preguntado qué hace concretamente. No sé si pinta, si es una galerista, o simplemente una ladrona. Tiene un gusto exquisito, se nota que es italiana del norte.

- ¿Cómo estás spagnolo? Gaetano siempre habla mucho de ti, no sé si eres consciente de lo orgulloso que está de haber crecido contigo.

- Es mutuo y él lo sabe. Yo estoy bien, ¿y tú?

- Muy bien. ¿No estaréis hablando de negocios? Dejadlo ya, disfrutemos de esta tarde malagueña. ¿Qué andas leyendo spagnolo?

- No sé si habéis oído hablar de Gomorra, de un tal Saviano. Es una narración muy implicada y aparentemente veraz de cómo funcionan últimamente las cosas en las tierras del…

- Lo edita Mondadori, ¿no? Seguro que nos han pedido permiso para publicarlo – intervino Gaetano – Yo no quiero leerlo. No quiero saber nada de este Saviano, no quiero preocuparme por cuánto tiempo durará.

- Bueno, ya está bien de volver siempre a lo mismo, Gaetano. ¿Merendamos?

Con un acento indudablemente adquirido por la convivencia con i terroni del clan, Loredana gritó hacia la cocina: ¡Nanni, - la gorda magrebí que obedecía en una extrañísima mezcla de andaluz e italiano - porta in terrazzo birra e focaccia!

1 comentario:

  1. Ecomafia en El País: http://www.elpais.com/articulo/internacional/Ecomafia/20500/millones/beneficio/elpepuint/20090506elpepiint_5/Tes

    ResponderEliminar