Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 16 de abril de 2009

Operación retorno

Tiempo y materiales

Robert Hass,

Bartleby, Madrid, 2008.

Esta vez conseguí robarle tiempo al trabajo en la oficina. Había hecho la maleta con antelación y por tanto podía marchar con calma hacia la Isla que suele estar espléndida de primavera y visitantes en Semana Santa. A media mañana las carreteras estaban aún vacías; la radio proponía una banda sonora llena de éxitos de los ochenta y el sol resaltaba el verde de riego y el marrón oscuro del campo castellano. Yo sólo fumaba y disfrutaba del viaje.

Unas hora más tarde, ya en Asturias, llegué a Lieres, un cúmulo de casas que el progreso ha convertido en pueblo fantasma. Allí decidí salirme de la ruta más rápida y tomar la carretera antigua hacia la Isla. Es la carretera que bordea el valle de Valdediós, hace cumbre en el alto de la Campa y baja entre eucaliptos, robles y castaños hasta casi mimetizarse con la serpiente de agua de la ría. Es una carretera de las de antes: estrecha, tortuosa e invadida por la vegetación en los arcenes. Una carretera de las de antes de la autopista.

He recorrido esta carretera una infinitud de veces, a todas las edades, desde la infancia hasta ese engaño que llamamos responsabilidad. Conocía todas sus curvas de memoria, disfrutaba con los colores cambiantes de las copas de los árboles: los marrones, ocres y dorados del otoño; el verde fosforescente de los meses de lluvia, la oscuridad del cambio de hora en invierno.

Como entonces, la semana pasada sentí la misma excitación de siempre cuando alcancé el alto y pude contemplar a lo lejos, casi en el horizonte, la arena amarilla de la playa de Rodiles. En la radio sonaba Voyage, voyage, ese himno de los coches de choque de Kate Ryan:

La niebla se ha retirado de la costa estas últimas semanas
regalándonos unos días de Marzo esplendorosos […]

Llevaba Tiempo y materiales en la mochila, y me pareció divisar, sólo por un instante, las velas de los barcos que tanta felicidad le producían a Milosz. Me parecía que podía ser feliz, que sin duda todo aquello era una señal de la felicidad fugaz prometida para esos días.

Pero yo no soy Milosz, y, muy a mi pesar, los lugares no tienen alma. Por mucho que queramos siempre han sido inertes, observadores pasivos de los días. Es arriesgado atribuirles capacidades emotivas puesto que al final, siempre, nos sorprenden con una trampa, con un reproche.

Lo supe algunos días más tarde. En el mismo lugar en el que yo había estado celebrando la vida con mis amigos; un lugar en el que acaricié, de niño, por primera vez el lomo de una vaca y en el que probablemente besé a la primera chica. Hace unos días una sirena llenó el ambiente con un intermitencia de un amarillo intenso, sincronizada a la perfección con el ruido ensordecedor de una alarma.

Una ambulancia que sale del corredor de urgencias de un hospital es siempre un espectáculo impactante. Cuando la ambulancia que ves partir es la que lleva a tu madre en búsqueda de un remedio urgente, toda la culpa se te viene encima. No hay escapatoria. Todas las responsabilidades quedan clarificadas, todos tus pecados son irrefutables. No hay dudas ni matices morales que te eximan; todo se esclarece, todas las soledades ajenas son tu culpa.

[…] Habría dado las yemas de mis dedos por tocar tus pómulos […]

Pensé en las otras mujeres. Pensé en las últimas huidas. Pensé que ya estoy harto de mitos, de musas. Quiero verla esta noche y decirle que estoy tan cansado que se me han hinchado los pies. Recostarme en esta cama que fue suya hace tan poco tiempo, hablarle del atardecer que compartimos, de esa puesta de sol que hace que hoy todo huela más fuerte.

Pero no ha quedado tiempo. Todos hemos tenido que marcharnos. Así que volví a coger el coche, hice la maleta como pude y pisé el acelerador a fondo por el carril izquierdo de la autopista. Tuve la suerte de que hubieran abierto el peaje y ni siquiera necesité parar. El retorno lo hice a toda prisa, sin música y sin sol.

El cuerpo un fulgor amarillo y la cabeza
Un poco naranja como en las pinturas chinas
Bañadas de crepúsculo por los dioses del verano
Que también provocan esa sacudida repentina
De los álamos, menos viento que río
Donde estaba el pájaro que creías
Ver, creyeras haberlo visto o
No, y luego no estaba, se había
Ocultado, dejando tras de sí el vacío
Que ahora zumba ligeramente en ti, lo cual no es malo
Ni triste, sólo que se asemeja a un temor reverente, al miedo.
El pájaro ahora está en otra parte y tú estás aquí.

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