Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 28 de agosto de 2008

Alemania enamorada

Conversaciones con Albert Speer. Preguntas sin respuestas.

Joachim Fest,

Destino, Barcelona, 2008.

El pasado sábado el suplemento cultural de ABC publicaba varios artículos sobre las relaciones entre arquitectura y propaganda política. En uno de ellos la referencia era la espectacular demostración de poder y riqueza que el gobierno chino había hecho a través de los edificios olímpicos. Hasta aquí nada extraño.

Mi sorpresa, casi diría que susto – aunque hay que tener en cuenta que apuraba yo mis días de descanso a base de gintonics – fue descubrir que Albert Speer Jr., siguiendo la tradición familiar, había participado como arquitecto en la planificación urbanística del majestuoso Pekín 2008. Me quedé helado – como el gintonic – al descubrir que el hijo del arquitecto de Hitler tenía el cometido de remodelar de la avenida que cruza la capital china de norte a sur. Su padre no había podido culminar su majestuoso proyecto para la Germania-Berlín que contemplaba, como un elemento estelar, la remodelación de la avenida que cruza la ciudad de este a oeste (¡hay que ver estos hijos, siempre al revés!).

No conozco las causas, pero Albert Speer Jr. no participó finalmente en el reto pekinés y al igual que su padre ha visto truncado el que seguro sería uno de sus proyectos más importantes. En el caso de Albert Speer padre, sí conocemos las razones del fracaso. Y, en cierto modo, de esto va este libro.

Joachim Fest es un historiador alemán que se ha hecho recientemente famoso por su relato de los últimos momentos de Hitler antes de la toma de Berlín. Acompañado por el editor Siedler mantuvo desde 1967 hasta 1981 (año de su muerte) frecuentes conversaciones con Speer, con el fin de asesorarle en la elaboración de sus Memorias y en los posteriores Diarios de Landau. A estas conversaciones – reconstruidas por Fest, a partir de sus notas – corresponde el contenido este libro. Confesiones, explicaciones y reflexiones del arquitecto nazi que no quiso hacer públicas en vida.

Fest siempre se ha distinguido por su constante e insistente condena moral del nazismo. Esta actitud militante muy presente en el libro la demuestra con el tesón – ¡más de 20 años de conversaciones! – con el que trata de arrancar una confesión a Speer sobre su conocimiento de los crímenes nazis. Speer siempre lo negó. Aunque mintiera. A mí, esta insistencia tan teutona de Fest me fastidia.

¡Pregúntaselo a Alemania entera! Hay demasiado dolor, es una resaca demasiado fuerte, demasiado vergonzante para confesar.

Por otro lado Fest, quizás bajo el influjo de El hundimiento, pone mucha atención y detalle en las narraciones de Speer sobre la personalidad de Hitler. En particular en los últimos momentos del búnker. Entiendo y participo de la fascinación que genera un personaje como Hitler, pero respecto a Speer, esta excesiva atención en su jefe nos priva de conocerle mejor.

En cierto modo el libro sostiene que la clave del caso alemán está en comprender cómo un tarado como Hitler pudo seducir a tantas personas. Por ejemplo a una persona como Speer: culta, talentosa y tan activa. Esta visión, en mi opinión, plantea un simple engaño masivo y tiende a culpabilizar, de un punto de vista ideológico, exclusivamente a Hitler. Su carisma y atractivo hicieron el resto.

No es tan sencillo. Para caer enamorado de un icono, al igual que para enamorarse de una persona, hay que empatizar. Y la clave es entender el origen de esta empatía. ¿Por qué una persona sobresaliente como Speer se enamora de Hitler? ¿Por qué empatiza con él? Porque antes se había enamorado del nazismo. ¿Por qué cayó seducida la sociedad alemana ante Hitler? ¿Por qué un pueblo culto, laborioso, orgulloso de sus refinadas costumbres y sus valores tan edificantes, empatiza con Hitler? Porque antes se había enamorado del nazismo.

Speer es el símil perfecto de la Alemania enamorada. No era un bruto, no era un asesino. Era un chico que – como Jünger – participaba en los Wandervogel, ese movimiento libertario, nacionalista y naturalista cuna de tantos angelitos. Vivió con intensidad su juventud hasta convertirse en el alemán idealista. En palabras de Fest: delicado y refinado en privado, ambicioso y aguerrido en la vida pública. Llega la fascinación por Hitler, la afiliación al partido y finalmente la posibilidad de llegar al círculo íntimo del Führer le abre paso al amor. Al amor delirante.

Con la llegada del poder se da rienda suelta a la ambición, llega la megalomanía. Para eso hace falta la lucha, la guerra y la eficiencia paranoica. Aunque al final del camino está la derrota. Y más que la derrota, está la vergüenza. La terrible vergüenza de las barbaridades cometidas. Todo por estar enamorado.

Contaba Sebald que una de las paradojas más sorprendentes de Alemania es que tras los bombardeos aliados, todo alemán tuvo un nuevo cometido, como si todo lo ocurrido estaba asumido. Había que volver a empezar, volver a construir. El empeño de Speer en el juicio de Nuremberg por evitar la pena de muerte negando todo lo que sí sabía es un ejemplo fantástico: “Quizás porque, más allá de todo lo dicho, volvía a tener una tarea. Y además, ya sabe usted que soy incapaz de hacer las cosas a medias”.

Toda Alemania fue Speer. Vivió un amor delirante que tenía las raíces metidas en las profundidades de su forma de ser y entender el mundo. Participó de un delirio asesino por un ideal de mundo que había que construir. Fest duda de este amor. Se niega a dar credibilidad a la explicación que Speer da de su última y peligrosísima visita a Hitler en el búnker. El arquitecto dice que fue por amor – ¡vale!, dice amistad – porque había tenido una relación mucho más que política con el Führer. El historiador sólo cree que fue por ansia de poder.

Fest trata de mostrarnos a Speer como una bestia ambiciosa. Siedler sin embargo y da muestras de comprensión hacia él, como si fuera un vecino. Fest quiere que veamos a los nazis como monstruos. Siedler, y yo con él, como personas. Y os aseguro que da mucho más miedo.

martes, 26 de agosto de 2008

Esperando a que caiga la pelota

Caos calmo

Sandro Veronesi,

Anagrama, Barcelona, 2008.

Conocí la historia de Pietro Paladíni – el protagonista - en algún periódico que anunciaba el próximo estreno de una película protagonizada por Nanni Moretti. Se llamaba Caos calmo y estaba basada en una novela homónima de Sandro Veronesi. A mí las historias de Nanni Moretti siempre me han parecido geniales. Personajes histriónicos, originales y emotivos que transitan por relatos absurdos e inteligentes a la vez.

Pero lo más importante es que las películas de Moretti tienen personajes italianos – él es el primero - muy italianos. Italianos en el sentido más sutil del adjetivo: un italiano puede darle simultáneamente la misma importancia, trascendencia incluso, a una gilipollez que a algún concepto sublime y profundo. Por eso andan tan perdidos. Por eso son tan fascinantes.

Sobre las historias de Sandro Veronesi, ni papa.

Pronto averigüé que en el caso de Caos calmo, Moretti no era ni guionista, ni director, ni productor. Sólo era el actor, sólo le ponía cara, voz y gestos al personaje. ¡Vaya! Ahora Caos Calmo ya no era una historia de Nanni Moretti sino una novela de un desconocido con un personaje principal que ya tiene cara, gestos y voz. Un personaje que si además no me resulta simpático, chiflado y muy italiano me va a defraudar.

Es una putada que te impongan la cara de un personaje. A mí – que tengo mucha memoria para las caras – se me queda fijada la imagen toda la novela. Me condiciona, me molesta.

No sé si Veronesi escribió pensando igual, pero yo empecé la novela con las barbas de Moretti metidas en la cabeza. Afortunadamente Pietro Paladíni es un personaje con vida propia. Es cierto que es un personaje histriónico, absurdo, brillante y muy italiano. Pero también lo es que con el paso de las hojas Pietro va mostrando nuevas facetas que dejan al estereotipo de los personajes de Moretti pequeño.

Aunque la imagen inicial permaneciera de algún modo siempre presente, más adelante también vi a un Paladíni ambicioso, calculador y más fuerte. Un dirigente de éxito del mundo cultural que sin embargo mantiene un espíritu íntegro e independiente. Adorador de la cultura pop pero hijo de una cultura muy clásica. Durante esta fase me rondaba todo el rato en la cabeza el bigote de Juan Cueto, al que luego descubrí en pole position en la lista de los agradecimientos.

A pesar de su éxito, Pietro también es débil, caprichoso e impulsivo. No es egoísta pero sí un poco cobarde, tiene miedo de sufrir y de que todo se le escape de las manos por ello. En consecuencia prefiere no moverse, detener el tiempo, mirar para otro lado. A poder ser girar el cuello para seguir el balanceo de un buen par de tetas.

En este momento, con estos adjetivos aparecí yo. Y empecé a preocuparme. Pero también a divertirme. Y eso que hace tiempo que no me dejo ningún pelo en la cara.

Caos calmo es la historia de un otoño muy especial de la vida de Pietro Paladíni, un burgués de éxito que pierde a su mujer en los mismos momentos en los que él estaba salvando a otra en una playa. Con la pesada carga – que no afronta nunca – de no haber estado en el lugar correcto en el momento más importante de su vida, decide permanecer todo el día sentado frente al colegio de su hija.

Con una naturalidad sorprendente van pasando los días y Pietro se va transformando de pobre viudo en icono de la resistencia y el compromiso. Poco a poco aquellos que inicialmente le tachaban de loco le visitan para pedirle consejo o confesarle los dolores más íntimos. Su tenacidad loca de permanecer frente al colegio y de anteponer ese compromiso a cualquier otra preocupación se ha convertido en una referencia moral.

Pietro Paladini se encentra de repente en una posición moral superior, de forma increíble una locura que ha consistido en no hacer nada es… ¡pooooiiiiingggg! Le acaba de caer la pelota en la cabeza. Se la ha tirado una niña. Se la ha tirado de muy cerca y era muy obvia.

Sandro Veronesi ha escrito el retrato perfecto. Pietro Paladini es un padre complejo y está tan perfectamente retratado que parezco yo mismo. Claudia, su hija, es una niña sencilla y brillante. Sus intervenciones aligeran la novela llenándola de un nihilismo alegre que renueva las fuerzas para seguir. El resto del coro de personajes (la cuñada chiflada, el hermano excéntrico, la tía buena del parque, los compañeros de trabajos, los magnates de las finanzas...) participa armosionsamente del caos calmo de un hombre que para huir de no se le occurre nada mejor que quedarse quieto.

lunes, 11 de agosto de 2008

¡Aquí hay tomate!

El honor perdido de Katharina Blum

Heinrich Böll,

Seix Barral, Barcelona, 2007.

Hace demasiados años que vengo a esta isla a descansar. De hecho, como decía hace unos días, había pensado en buscar una alternativa, en no venir. No sabría explicar el porqué, quizás simplemente porque ya me lo sé todo. Sí, lo sé todo de esta isla, y me aburre profundamente.

Hace unos años se nos murió el cronista de la comarca, especialista en las tierras de interior. Era joven, paseaba siempre con su perro y nadie sabía muy bien en qué pensaba. Ni tampoco de lo que escribía. Desde que decidimos detener el tiempo – en aquella ocasión incluso le pedimos a Nick Cave que nos escribiera un himno - aquí ya no nos hace falta ningún cronista. Él lo sabía, pero no cejaba.

En aquellos lugares en los que nunca ocurre nada es necesario un periodista, no un cronista. De haberlo sido – al menos de actitud - no se habría muerto sólo y desconocido. Habría tenido cientos de tertulianos dispuestos a ofrecerle un vaso de vino y oírle en una terraza. Incluso se habrían animado a ayudarle. Sí, a ayudarle a descubrir la verdad que todos sospechamos se esconde detrás de tanto orden, ya que todos hemos visto cosas.

Estoy seguro que antes de morirse le habría encantado escribir sobre los sucesos del pasado fin de semana. Aparentemente no ocurrió nada. Pero los visitantes – aquellos que sólo vienen aquí a descansar – ya sienten la tensión del ambiente.

Han aparecido pintadas las cinco ovejas de Joaquín. Una con el número 345, otra con el 346, la siguiente con el 347 y otra con el 349. La última ha aparecido con un “Te quiero, puta”. Todos pensamos que es la 348, pero Joaquín ha preferido no pronunciarse. Por ahora sólo ha pedido que la detenga la guardia real, en espera a que el comité decida qué hacer con ella.

Aquí, todo el mundo sospecha que ella es cómplice. En esta isla a las putas nos las follamos a cambio de dinero. Pero nadie acaba queriéndolas. Además para que a alguien le quieran es imprescindible poner algo de su parte. Así que no hay más opciones que pensar que ella es cómplice y por tanto culpable. La puta de la oveja ha estado cortejando.

No tengo muy claro cómo acabará esto. Pero por lo menos por unos días ya no me aburro. Y estoy seguro que lo resolveremos. Y si para ellos es necesario que alguien muera, morirá. Lo importante es que vuelva el orden. Aunque nos quite la vida.

Para que la historia fuera redonda necesitaríamos a un periodista. Y el gilipollas del cronista – más allá del detalle de morir antes de tiempo – no hubiera sido capaz de darle la emoción debida a esta historia. Él estaba metido siempre en investigaciones ridículas sobre los riachuelos de interior. Necesitaríamos un periodista de verdad.

Habría que llamar a alguien del PERIÓDICO. Como el que ayudó a resolver el caso de Katharina Blum. Otra oveja descarriada que se enamora una noche de un delincuente – seguramente dejándose manosear y follar por él – para luego ayudarle a escapar de las fuerzas del orden.

Cuenta H.Böll como los periodistas del PERIÓDICO (el Bild) consiguieron ir desmadejando poco a poco la verdadera historia de Katharina. Una historia que ella insistió en negar una yo otra vez a pesar de que todos sabían del fundamento de la sospecha. Vecinos, como los nuestros, que habían visto hombres salir y entrar de su apartamento; que sabían que su dinero no podía ser limpio y sobre todo que pensaban que su vida – tan aparentemente ordenada – era sólo una tapadera. Como las suyas.

Gracias al tesón de los periodistas, a su esfuerzo por sacar la verdad a relucir, a la inteligencia empleada para arrancar la confesión a Katharina, se resolvió el caso. Uno de ellos – el más valiente – consiguió que ella perdiera definitivamente los papeles y, en un acto de rendición sublime, le pegara un balazo mortal de confesión.

En esta isla a la que vengo habitualmente a descansar necesitamos más de un valiente. Periodistas a poder ser. Alguien que consiga que la oveja confiese de un balido y otro, más aguerrido, que consiga que el pastor se redima de un balazo.

viernes, 8 de agosto de 2008

Misericordia

Sobre los acantilados de mármol

Ernst Jünger,

Ediciones Destino, Barcelona, 2004.

Hace unas semanas nos enteramos que habían detenido a una bestia: Radovan Karadzic. Así que en los últimos días la prensa ha sacado a Serbia del baúl; nos están ofreciendo en directo todo el proceso de su entrega para su juicio ante las autoridades internacionales - me da lo mismo que sea o no un criminal de guerra, sé que es una mala bestia – y nos hemos enterado de su fantasmagórica faceta de curandero y de su gusto por la poesía.

Hoy mismo el diario El País publicaba un artículo que reflexionaba, a partir de la poesía escrita por la bestia serbo-bosnia, sobre el efecto que la obra de poetas nacionalistas serbios había producido sobre la población en los años ochenta y su relación con la barbarie posterior.

El artículo me ha recordado un programa nocturno de la COPE. En la emisora de los obispos quieren mucho a Jünger, y recordaron que, una noche, mientras descansaba en el hotel parisino tras sus combates con el ejército Hitleriano, el escritor alemán leía con emoción un salmo que rogaba a Dios un poco de misericordia. ¿Por qué a mí? Se preguntaría Ernst, ¿por qué este sufrimiento y esta barbarie, Dios, por qué?

Jünger tuvo un talento genial, al menos eso es lo que dicen. De lo poco que conozco parece que su exisitez intelectual, está fuera de toda duda. Desde luego fue un intelectual conocido y activo en su época, precoz y famoso, pero a mí me parece que su obra y su vida están llenas de la misma poesía que la de Radovan Karadzic. No pretendo aquí comparar la calidad de las obras de estos poetas del ideal. Simplemente sus mensajes.

Jünger militó desde muy joven en una organización libertaria y nacionalista similar a la de su generación anterior – el Sturm und Drang – que reivindicaba la vuelta a la libertad y a la naturaleza, a la vida rural. ¡Qué bonito el campo! como canta el Sr. Chinarro. A los nacionalismos totalitarios e idealistas – o sea, a todos - siempre les ha gustado el campo. Además de filósofo y novelista, Jünger adoraba especialmente el contacto con la naturalez y era de hecho un experto zoólogo. Ya sabemos que a Karadzic le entusiasman las plantas medicinales.

A pesar de tanta cultura y talento, algo muy en la línea del ideal germánico y de su reinventada pasión por lo clásico y lo elevado, Jünger se alistó voluntario y muy joven para la I Guerra Mundial, periodo que relató en sus memorias y clasificó como una interesante experiencia interior. ¿Cómo? ¿Cómo puede ser una experiencia interior nacionalista y patriótica?

Durante el mandato de Hitler negó su colaboración política e intelectual al régimen, sin embargo jamás renegó de sus ideales nacionalistas y conservadores y hasta 1944 no dimitió de su cargo en el ejército.

Un poco de todo este Jünger está en Los acantilados de mármol (1939), una novela que parece un romance medieval, mitológico. La historia de dos hermanos que llevan una vida idílica dedicada al estudio y a la botánica en un inquietante paraíso. Un vergel que se ve amenazado por la inevitable invasión de unos bárbaros que traerán destrucción y oscuridad. La alarma, la defensa, la destrucción y la huida. Todo narrado con una aparente frialdad mística, que lamenta el presente pero no duda en la existencia de una Arcadia futura.

No se me olvidaba. Jünger no era antisemita y esto lo hace diferente. Esto es lo que le libra para que en las solapas de los libros se le trate con todo el respeto del mundo, con admiración. Pero, ¿por qué pedía Jünger misericordia a Dios? ¿Para que le librara de qué, de quién? Sólo se me ocurre pensar que de sí mismo. Jünger no fue antisemita, pero enarboló, defendió y transmitió un idealismo que sólo podía ser asesino.

Mientras navegaba en búsqueda de información sobre Jünger, me encontré una cita que me devolvió al artículo de esta mañana. Está en un foro de debate de la falange. La entrada se llama Otra poesía es posible. Reproduzco sólo un poco de la poética del grupo:

“…Cuando la Poesía es auténtica, la Poesía se convierte en generadora de futuro, es futurígena fuerza que moviliza a los pueblos, los alza y los conduce a victorias cada vez más altas…”

Y también este emocionante discurso nietzscheano:

“¿Es posible otra Poesía? Me pregunto. Y sé que sí. Que el Movimiento nacional-sindicalista fue descrito por el mismo José Antonio como una "obra poética"; que somos, en el genuino sentido etimológico de la palabra, "poetas" en tanto que creadores.”

Karadzic era mal poeta, pero Jünger un genio de la literatura alemana. Decidme a quién debo temer. Tened misericordia.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Quiero descansar

Extracción de la piedra de la cordura

Martín López-Vega,

DVD Ediciones Madrid, 2006.

No debería haberme ido de vacaciones. Yo sabía que irse en el mes de julio no era normal. Además plantarse en las Azores solo, con ese mal tiempo y sin haber avisado a nadie no me llevaría a nada. Sabía que unas vacaciones de verano sin pasarme por Galicia no iban a ser lo mismo. Barajé irme a Italia, o a Asturias. Pero no, me fui a las Azores, como casi siempre. Y allí encontré lo de siempre.

He decidido volver. Lo he dejado todo listo. Nadie me necesita. Me he reservado todo el tiempo que me queda. Incluso dispondré de días para ir al dentista o arreglar el coche. Y para no hacer nada.

A pesar de todo he descubierto que es necesario avisar a alguien para que limpie la casa antes de llegar de veraneo. Creo que podría ser incluso oportuno que, al llegar, me enjuagaran las ideas. Que me quitaran la piedra.

Como hace el cirujano en un cuadro que vi en un dominical recién llegado. Recordé el libro de Martín. Un poema largo. La historia de un viaje doloroso y visionario sobre todo lo que somos. Hasta expulsar lo que nos sobra, quedarnos limpios. Completamente cuerdos y locos a la vez.

Pero a mí que me quiten la piedra. Que quiero descansar.