Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

lunes, 11 de agosto de 2008

¡Aquí hay tomate!

El honor perdido de Katharina Blum

Heinrich Böll,

Seix Barral, Barcelona, 2007.

Hace demasiados años que vengo a esta isla a descansar. De hecho, como decía hace unos días, había pensado en buscar una alternativa, en no venir. No sabría explicar el porqué, quizás simplemente porque ya me lo sé todo. Sí, lo sé todo de esta isla, y me aburre profundamente.

Hace unos años se nos murió el cronista de la comarca, especialista en las tierras de interior. Era joven, paseaba siempre con su perro y nadie sabía muy bien en qué pensaba. Ni tampoco de lo que escribía. Desde que decidimos detener el tiempo – en aquella ocasión incluso le pedimos a Nick Cave que nos escribiera un himno - aquí ya no nos hace falta ningún cronista. Él lo sabía, pero no cejaba.

En aquellos lugares en los que nunca ocurre nada es necesario un periodista, no un cronista. De haberlo sido – al menos de actitud - no se habría muerto sólo y desconocido. Habría tenido cientos de tertulianos dispuestos a ofrecerle un vaso de vino y oírle en una terraza. Incluso se habrían animado a ayudarle. Sí, a ayudarle a descubrir la verdad que todos sospechamos se esconde detrás de tanto orden, ya que todos hemos visto cosas.

Estoy seguro que antes de morirse le habría encantado escribir sobre los sucesos del pasado fin de semana. Aparentemente no ocurrió nada. Pero los visitantes – aquellos que sólo vienen aquí a descansar – ya sienten la tensión del ambiente.

Han aparecido pintadas las cinco ovejas de Joaquín. Una con el número 345, otra con el 346, la siguiente con el 347 y otra con el 349. La última ha aparecido con un “Te quiero, puta”. Todos pensamos que es la 348, pero Joaquín ha preferido no pronunciarse. Por ahora sólo ha pedido que la detenga la guardia real, en espera a que el comité decida qué hacer con ella.

Aquí, todo el mundo sospecha que ella es cómplice. En esta isla a las putas nos las follamos a cambio de dinero. Pero nadie acaba queriéndolas. Además para que a alguien le quieran es imprescindible poner algo de su parte. Así que no hay más opciones que pensar que ella es cómplice y por tanto culpable. La puta de la oveja ha estado cortejando.

No tengo muy claro cómo acabará esto. Pero por lo menos por unos días ya no me aburro. Y estoy seguro que lo resolveremos. Y si para ellos es necesario que alguien muera, morirá. Lo importante es que vuelva el orden. Aunque nos quite la vida.

Para que la historia fuera redonda necesitaríamos a un periodista. Y el gilipollas del cronista – más allá del detalle de morir antes de tiempo – no hubiera sido capaz de darle la emoción debida a esta historia. Él estaba metido siempre en investigaciones ridículas sobre los riachuelos de interior. Necesitaríamos un periodista de verdad.

Habría que llamar a alguien del PERIÓDICO. Como el que ayudó a resolver el caso de Katharina Blum. Otra oveja descarriada que se enamora una noche de un delincuente – seguramente dejándose manosear y follar por él – para luego ayudarle a escapar de las fuerzas del orden.

Cuenta H.Böll como los periodistas del PERIÓDICO (el Bild) consiguieron ir desmadejando poco a poco la verdadera historia de Katharina. Una historia que ella insistió en negar una yo otra vez a pesar de que todos sabían del fundamento de la sospecha. Vecinos, como los nuestros, que habían visto hombres salir y entrar de su apartamento; que sabían que su dinero no podía ser limpio y sobre todo que pensaban que su vida – tan aparentemente ordenada – era sólo una tapadera. Como las suyas.

Gracias al tesón de los periodistas, a su esfuerzo por sacar la verdad a relucir, a la inteligencia empleada para arrancar la confesión a Katharina, se resolvió el caso. Uno de ellos – el más valiente – consiguió que ella perdiera definitivamente los papeles y, en un acto de rendición sublime, le pegara un balazo mortal de confesión.

En esta isla a la que vengo habitualmente a descansar necesitamos más de un valiente. Periodistas a poder ser. Alguien que consiga que la oveja confiese de un balido y otro, más aguerrido, que consiga que el pastor se redima de un balazo.

1 comentario:

  1. Oye, esto ¿pasó en verdad?
    Yo creo que te lo inventas todo porque te vi por la tarde de lejos y no estabas en ninguna isla. ¿Estás malo?

    He oído algo sobre un suceso en un almacén. ¿Sabes algo? No se te olvide investigar.

    Las ovejas son unas putas, como las olimpiadas.

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