Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

martes, 6 de enero de 2009

Dia 3

El extranjero

Albert Camus,

Alianza Emecé, Madrid, 1993.

Dia 1. Un año nuevo dura un solo día, Nochevieja. Pasadas las ínfulas de renovación que nos invaden durante esa primera noche, el ambiente recupera su aspecto habitual. El año nuevo son sólo unas horas, antes de volver al perenne tiempo cotidiano. Consciente de todo he decidido que este año nuevo será mío, que aunque sólo dure un día, al 2009 me lo como.

Paso parte de la tarde con Phil, así que el año empieza bien. Es un rato de cigarros y whisky, en el que conseguimos abstraernos de las circunstancias y hablar como lo hacíamos entonces. Con Phil siempre ha sido fácil, compartimos un espíritu animal muy similar: la misma rabia, los mismos aires de superioridad, las mismas debilidades y algún que otro vicio.

Pasamos horas hablando de libros y escuchando viejos vinilos, y me doy cuenta que las canciones que hace años nos emocionaban en el fondo no nos pertenecen. Eran de nuestros padres. Como esos valores que teníamos. Phil me comenta que le gusta lo que leo, pero cree que debería dedicar algo más de tiempo a los clásicos. Estoy de acuerdo con él, los tengo descuidados. Así que con la euforia del alcohol me digo que este año leeré libros antiguos y es más, empezaré esta misma tarde.

Vuelvo a casa con un leve exceso de copas. Pero esta noche voy a salir a comerme el año así que necesito estar radiante. En la cena de gala de todos los años estaré agudo, brillante y original. Todos se reirán conmigo y al final me dejarán solo, en paz. Eso es exactamente lo que quiero. No espero que la noche de este año sea una cacería en grupo, sino un banquete que me voy a comer yo solo.

Decido tomar una ducha ardiente pero antes me preparo la primera. La disfrutaré con la tensión baja tras el baño, secándome frente al espejo invadido de vaho.

El pedo me pone un poco inquieto ante el espejo, así que decido terminar de secarme frente a la estantería de los libros viejos. De repente estoy desnudo mirando al frente, mientras paso la toalla por el pelo y los sobacos, eligiendo el primer clásico del año. No lo dudo mucho y rescato El extranjero de Camus. No sé si es por la rabia o la excitación pero mis recuerdos me dicen que será una buena guía para esta nueva vida, por efímera que sea.

Me pongo a hojear el libro inmediatamente, sentado en pelota sobre la cama, porque quiero situarme rápido, sintonizar de inmediato con el tono tórrido e indolente de la novela. Me bastan unas pocas páginas, porque al fin y al cabo lo leí de joven y tampoco soy tan viejo. ¡Ya sé!, lo llevaré conmigo toda la noche en el bolsillo del vaquero, para poder aprovechar los tiempos muertos en los baños de los bares y evitar alguna conversación inoportuna.

Sé que esta noche estoy sobrado, que lo tengo todo para superar cualquier obstáculo, esquivar los remordimientos y reírme de los juicios. Una vez vestido como siempre, decido tomarme otra antes de salir, y de paso acompañar a Meursalt – el extranjero de Camus – en el funeral de su madre. Estoy exultante y alegre, todo irá bien.

Salgo a la calle con pensamientos de hombre libre y el frío y la humedad me espabilan. No hay demasiada gente por la calle pero al rato me topo a Marco – un extranjero de aquí - saludando a una pareja madurita. Siempre está riendo este, parece que todo le hace gracia. Se le ve tranquilo y sociable últimamente. Le digo que voy delante, que ya nos veremos en la cena, pero espero que no se me pegue por la noche. Ya he dicho que me la reservo para mí.

Antes de la cena trato de beber todo el champán que tengo a mi alcance. Se me ha secado un poco el paladar y yo necesito estar elocuente. Luego lo de siempre: cena exquisita, vino abundante, risas y discursos sobre momentos como este. La televisión canta el año nuevo cuando sólo llevamos la mitad de noche.

Nadie se ha fijado en mi libro, no lo han visto. Así que como he hecho un par de veces en la cena, durante las copas aprovecho para escapar al baño y leer unas líneas de Camus:

“Al salir, con gran asombro mío, todos me estrecharon la mano, como si esa noche durante la cual no cambiamos una palabra hubiese acrecentado nuestra intimidad.”

El año avanza de forma simultánea a mi confusión mental. La primera conversación metafísica en un bar la interrumpe una llamada. Es Sheila. Me llama para decirme que su propósito para este año es no volver a acostarse conmigo. Está harta de que no le haga ni caso. Le digo que lo siento, que no me riña. Le digo que me hago cargo porque no puedo decirle que me da igual. Se despide con un beso y yo sé que se arrepentirá. Pero esto también me es indiferente.

Bailando aparece Jessy, tan guapa como siempre. Viene achispada y sonriente así que creo la cosa irá rápido. La abrazo para saludarla y me excuso un segundo para mear, pidiéndole por favor que no se vaya. En la cola del baño el libro me hace otra señal:

“Le expliqué que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos.”

Cuando estaba de vuelta Jessy seguía allí y sólo esperó una canción para abrazarme y susurrarme al oído todo lo que me quería, lo que me había querido siempre. Dejo que me bese el cuello un rato, pegándose a mí, pero la aviso que su marido estará al llegar. Media lágrima y se marcha. Mejor así, no necesito una derrota esta noche.

Decido cambiar de bar, recuperar el hilo de la conversación borracha de mis amigos y montar un poco de follón. Pero a la entrada me atrapa Katie y me pregunta si no tengo compasión. Me pongo de mala hostia, pero intento estar amable. Como me parece poco compasivo responderle que no, le digo que no me haga preguntas difíciles y me despido con un pico. Ya está bien de jugar a las muñecas esta noche, estoy borracho y prefiero cambiar de bar. En el próximo estaré solo.

El tiempo empezó a pasar más rápido, sé que hablé con familiares, contesté un par de llamadas de teléfono y seguí meando toda la noche. Pero lo último que recuerdo es la trifulca. Me acuerdo de haber esquivado el puño de un tío que me insultaba. Todos me decían que me fuera pero yo no encuentro restos de culpa en mi memoria.

"Yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la indiferencia del mundo."

Día 2. Al despertar el castillo se ha convertido en una venta. Me siento como si me hubieran apaleado todos los moros de la Mancha. O todos aquellos que observaban a Meursalt, el extranjero, culpable e insensible ante la muerte. Son las marcas de las conversaciones exageradas de la noche, del ansia por los tiempos de cambio y la necesidad de adelantarlo a los demás. A aquellos que no entienden por qué te has olvidado de Dios, que no comprenden que quieras quitarle sentido a sus vidas.

Dia 3. Vuelta a la oficina. Encargos y proyectos. Libros por leer. El mismo futuro de siempre. El año nuevo dura sólo el último día del año viejo.

4 comentarios:

  1. Coño, ya te has leído otro librito.
    Y... ¿Te pasó todo eso en nochevieja? ¡Joder! Si lo llego a saber me hubiese curado antes.

    ¿Quién es Marco?

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  2. Nacho, lo tuyo no depende de tu voluntad. Simplemente no tiene cura.

    Marco es un colega mío muy guay, ¿no lo conoces?

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  3. No sé por qué me atribuyes ese sentido de superioridad,pequeño Berlusconi de tres al cuarto.

    Phil

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  4. Phil, ya sabes bien que ese sentimiento de superioridad es compartido.

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