Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 8 de octubre de 2008

Sólida realidad

Nietzsche y el nihilismo

Maurizio Ferraris,

Akal, Madrid, 2000.

Hace algún tiempo que confesé aquí mi contagio absoluto de esa enfermedad cuyo único síntoma es el regocijo agudo – aunque pausado y conformista – que siento al demolerlo todo. También identifiqué claramente como principal culpable – al menos de forma exageradamente literaria – a Enrique Vila-Matas, que ahora vuelve a envenenarnos el ambiente con un nuevo libro. Para evitar recaídas más críticas, yo me he pasado un tiempo releyendo a Nietzsche y a sus epígonos. Y todo encaja. Vaya si encaja.

Aquí en Península hace tiempo que se instauró la época nihilista. En los primeros tiempos resultaba muy costoso legislar, más que por la falta de acuerdo, por el exceso de dudas. No sorprende que esta indecisión pusiera nerviosa a mucha gente, y que los gestores se sublevaran como escisión Heideggeriana, reivindicando el inventarlo todo con convicción y sin complejos. Ahora nos gobiernan, y libros como el de Ferraris empiezan a estar mal vistos por aquí.

Inclusive nos han obligado a asistir a una conferencia delirante del Papa, el representante del dios vampiro: “Realista es aquel que reconoce la realidad en la palabra de Dios". Sí, aunque parezca una aberrante contradicción semántica, eso ha dicho. Y lo ha dicho bien, ni siquiera se le ha escapado la risa.

Él siempre ha sabido que la ciencia, el conocimiento científico, es la responsable de la muerte de los dioses. Quizás no de su dios vampiro, ese que no muere nunca, pero sí de la muerte de los dioses-mito. La fuerza y la furia de Eolo o la rabia paisana del Nuberu han sido sustituidas por los fenómenos atmosféricos; la precisión categórica de la creación ha sido desplazada por la genética y la evolución; hasta las flechas de cupido están en guerra continua con la química.

Al morir los dioses, se acabó la libertad. Porque si la libertad queda reducida a nuestra capacidad para adaptarnos al medio, una capacidad en evolución que de otro modo llamamos inteligencia, es una libertad condicionada. Condicionada a nuestras limitaciones y a unos mecanismos complejos y desconocidos que nos movilizan. Pero una libertad condicionada, y más aún si lo es por algo desconocido, no es la libertad. Si no hay libertad no puede haber un sentido de la vida, no nos es permitido luchar por algo. Necesariamente, si no hay sentido de la vida no puede haber moral, no puede haber un bien ni un mal, no puede haber buenos o malos.

Esta es la esencia del nihilismo. Y así lo era ya en Nietzsche, con la dificultad de tener que convivir con el paradigma ilustrado: determinista, racionalista y profundamente idealista y moralista a la vez. Como el Papa, pero puesto del revés.

¿Cuál es la única salvación? Tal y como interpreto yo a Nietzsche, o como lo invento yo inspirado por él, la salvación está en nuestra ignorancia. La limitada capacidad de nuestro conocimiento, y la imposibilidad de validar que el mundo aparente sea realmente el mundo real, es la libertad renacida. Somos libres por ignorantes. Pero nos han dejado desnudos y a la intemperie: nada tiene sentido ni objetivo, o al menos no lo conoceremos a ciencia cierta jamás.

Pasados unos años de incertidumbre y duda, algunos objetaron que si el mundo aparente no podía ser validado con el real, seguramente sería debido a que éste no existe. Así se decidió suspender la realidad, ahora completamente atribuida a una invención humana. Con esta premisa la misión vital se había convertido en retomar las riendas de este invento creando una nueva humanidad, la del arte, la del bien, la de la patria, la de la palabra. Una vuelta a la ilusión.

Precisamente de esto vino a hablar hace un tiempo, un ilustre gestor cultural a la isla en la que suelo pasar mis veranos. Como el Papa, pero en diccionario.

De la historia de esta escisión perversa del nihilismo nitzscheano y de la confrontación mantenida con aquellos que piensan que el mundo aparente sí necesita una realidad, aunque nos sea inasible, es de lo que habla Ferraris en su libro. Y también de esa necesidad del humanismo por renegar de la ciencia como aquello que nos extirpa la humanidad. Curiosamente el mismo humanismo que necesita de disponer de un sistema ideológico completo aunque no sea cierto, eliminando todo atisbo de duda, justificando el mundo ideal deseado. Estamos cagados de miedo.

Toda la vida luchando contra Dios y resulta que en él estaba la libertad. Toda la vida estudiando para ser libre y resulta que la libertad se la debemos a la ignorancia.

Aquí en Península ya han cerrado los cafés. Yo he conocido a una chica. Necesito leer una novela.

2 comentarios:

  1. Paspán, ¿qué tal con tus libritos? Vaya putada cuando se acaban, ¿eh?
    Es que ahora fumo de liar en la ofi.

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  2. ¡¡¡Qué pasa homnbre!!! Ya veo que cada día eres más moderno. Yo los libritos los acumulo en la estantería, a veces tengo más de lo que necesito en el mes siguiente. Pero quedarse sin ellos es un gran putada. Ya me dirás cómo los enroscas, manitas.

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