Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

domingo, 19 de octubre de 2008

La alegría de la casa

La tienda de los suicidas

Jean Teulé,

Bruguera, Barcelona, 2008.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Este es probablemente el comienzo de un ensayo filosófico más famoso de la historia. Un arranque digno de competir con el descubrimiento del hielo en la familia Buendía de García Márquez. Sin embargo, más allá del problema teórico que se planteaba Camus, hay otro de índole práctica y de más difícil solución: ¿cómo se lo cuento a los niños?

Hace algunos meses nació el hijo de mi vecino más querido, Mirko, que siempre ha sido un tipo ácido e inteligente. También puede ser simpático y alegre, pero sólo en ocasiones. Pero lo que más me gusta es que me ha acompañado siempre en las divagaciones filosóficas que empiezan en el ascensor y terminan en el salón de su casa, mientras su preciosa y elegantísima mujer nos alegra la charla con dardos deslumbrantes de irónico realismo. Mirko escucha mientras las conversaciones se alargan con el vino, pero cuando se empañan con el güisqui empiezo a sentir la insufrible pesadez de su discurso melancólico. Trato de esconderme escuchando a su mujer y me alegro de que sólo sean mis vecinos, que mi cama esté tan sólo a veinte pasos.

Desde que ha sido padre, Mirko se da cuenta de que es imposible hilar un discurso nihilista con el tono de voz de hacerle carantoñas al niño. Así que lleva semanas agarrándose a ilusiones, a alegrías que no le pegan. Se ve como el presidente de su compañía cuando visita la fábrica vistiendo mono azul y casco. Está incómodo, sabe que ese no es su sitio, y se inquieta porque le cuesta creerlo. Ni siquiera se siente cómodo empleando la jerga post-parto y balbucea cuando lo hace. Lo que le salva es que cada media hora le toca cambiar al niño, poner la lavadora o preparar un biberón. En esos ratos se olvida de lo que pensaba y vuelve a las sonrisitas.

Para que dejara de darme la brasa lo mandé a La tienda de los suicidas, una farmacia (o un todo a cien, no lo recuerdo), inventada por Jean Teulé y regentada por los Tuvache, especializada en remedios para aquellos que consideran que ya es hora y necesitan encontrar la forma más sencilla. Al parecer ahora están pensando en cambiarle el nombre, de hecho en convertirla en un restaurante. ¡Date prisa! Le he dicho a Mirko.

Pero ya llegaba tarde. Cuando entró en la tienda ya era todo alegre por allí. Desde que había nacido Alan, el último de los Tuvache, habían cambiado la angustia por sonrisas y los venenos por pasteles. Todo culpa de un niño que con expresiones y respuestas guasonas había derribado el ideario familiar, tan entregados a la causa melancólica que jamás se habían permitido la alegría entre los suyos. Sin embargo Alan había nacido independiente y tenaz, y conseguiría invertir la pesadumbre de su familia en una alegría sorprendente.

- ¡Para eso están los niños!¡Para traernos la alegría! - Con esas me vino Mirko tras su único almuerzo en el restaurante de los Tuvache. De pronto había descubierto que su responsabilidad exigía ser una persona alegre como era de niño y revivir con su hijo los tiempos de su infancia.

- ¡Eso es la felicidad! – me suelta.

-Vale. Me alegro de que estés alegre. ¿Vas a dejar de darme la vara?

- Sí, tío, ahora lo tengo claro.

Yuri es un poco más borracho que Mirko. Pero es más callado. No tiene novia ni nunca la tendrá, porque es un gordo que sólo sabe tumbarse a ver fútbol en el sofá. Además es un ignorante y una rata. Sólo bebe güisqui cuando yo lo llevo a su casa, y en consecuencia cuando le visito pilla unos pedos importantes, casi insoportables. Pero últimamente lo prefiero a Mirko; Yuri escucha sin hablar casi todo el tiempo, no le interesa nada de lo que digo pero no le molesta que se lo diga.

Es más fácil que con Mirko, que de tan alegre está que no calla nunca.

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