Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

lunes, 13 de octubre de 2008

Niños puestos

Niños muertos

Martin Amis,

Anagrama, Barcelona, 2002.

Así que leí la novela que debía. Como suponía, me ha cambiado el humor pero no precisamente en la dirección que yo ansiaba. Hace algunos días hay algo en mí que me tiene recluido en una jaula de aislamiento: la pereza y la vagancia me tienen secuestrado. Quizás sea por algún jefe capullo, un compañero estúpido o por la llamada de teléfono que no debería esperar. Cuentan que Nietzsche decía que el nihilismo es un huésped inquietante. Yo añado que la mala hostia también.

Esta novela de Martin Amis fue escrita en 1975 y si uno lee la reseña de la contraportada se convence de que va a encontrarse con una hilarante comedia sobre unos resabidos y desorientados jóvenes ingleses reunidos durante un fin de semana en una muy noble casa de campo. Siendo los protagonistas de la misma época que la novela, el folleteo, las drogas y el absurdo ideario post-hippie son ingredientes más que previsibles. Conociendo a Martin Amis uno también se espera un poco de acidez elitista, esa de la que tanto gustamos los cínicos acomplejados e irrecuperables.

Así que decidí ponerme en el debido contexto. Un Gin-tonic perfecto en mi mesa, algunos frutos secos y un poco de queso para calmar los ataques de voracidad producidos por el hachís. Todo lo tenía preparado para relajarme y reír. Pero esta mala hostia que arrastro desde hace una semana no me da ni un respiro.

Así que he acabando odiando a Quentin, Diana, Celia, Roxanne, Marvel, Skip, Andy y sobre todo al asqueroso Keith. Todos ellos los protagonistas de esta historia. Bueno quedan dos más. A Giles le perdono porque nunca pensé que nadie, ni siquiera un personaje de una novela, pudiera beber tanta ginebra como él hace en un fin de semana. No me extraña que viva delirando, aterrorizado por la pérdida de sus tremens…perdón dientes. A Lucy, la pobre y desgraciada prostituta-sin-querer, puta por circunstancias de la vida, la perdono porque en algún momento de la novela pensé que quizás.

Pero reírme, me he reído poco. También sé que es probable que no sea culpa de la novela, que quizás sea culpa de ese jefe, de la llamada que no llega, de mis padres, no lo sé. Últimamente sospecho de todos.

También sospecho de mí. Hace unos años tuve oportunidad de conocer el Londres de los clubes de caballeros. Podría haber sido el Londres de los puticlubs, pero no. Era el de los clubes de caballeros. Esos lugares exclusivos de hombres donde hace años uno se sentaba en la gloriosa biblioteca a discutir sobre la teoría de la evolución. En los primeros años de este siglo, las bibliotecas estaban aún allí, pero llenas de engreídos y frívolas reunidos para comentar las ganancias de la exitosa jornada de trabajo. El toque decadente lo ponían las patatas fritas con Don Perignon y coca-light.

El objetivo de estas reuniones no era otro que acabar bailando desalienados, borrachos y babosos. Curiosa forma de recargar energía, pensé. Lamentablemente también pensé que yo podría estar a gusto allí, con ellos.

Algunos años más tarde tuve la posibilidad de disfrutar de otro lugar típicamente inglés: Magaluf, en Mallorca. Allí la evolución no se discute, se practica. Borrachos y borrachas inglesas, mayoritariamente universitarios con deseo que conseguir ser empleados de banca, olvidan la función neuronal para flipar durante una semana de sol y sexo. También pensé que no estaría mal del todo pasar allí unos cuantos días seguidos, entre ellos, y así lo hice.

Luego conocí a una psicóloga, que me convenció de la conveniencia de la introspección, otra que quería ser pintora y consiguió que nos pusiéramos en fila de a dos a pintar cuadros sin talento ni paciencia; la única amante nórdica que he tenido me hizo leer Mujercitas; otra me llevó al sur, y la última a los demonios. Pero siempre he pensado que no estaba mal del todo vivir allí, con ellas.

Como con las drogas que consumen sin entusiasmo, pero con extrema ansiedad, los personajes de Niños muertos, yo también he pensado muchas veces, incluso sin estar colocado, que una vez muerto no hay viaje que no merezca la pena emprender. Pero después de todas las vidas que me había lanzado a vivir – a pesar del inmediato fracaso en todas ellas – es una lástima no poder ni siquiera identificar las cosas que me molestan y simplemente encontrarme con esta mala hostia que ni siquiera me deja leer.

4 comentarios:

  1. Querido amigo, siento tu mala hostia aunque no me extraña por las cosas que cuentas. Lo misterioso es que no estés peor...

    Si una novia te manda leer un libro, ¡dale con él en la cabeza! Como se hacía antiguamente.

    Porque las novias son para otra cosa (en singular).

    Salud.

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  2. Gracias por aclararme el camino Chaco, no sé por dónde andaría sin tus consejos.

    Podrías dar más detalles?

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  3. Me alegro de serte útil, aunque veo que has empeorado, pues ¿para qué quieres ahora detalles? Antes te quedabas satisfecho con los pelos...

    ¡Mira que te lo dije!

    Salud.

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  4. ¿Pelos? ¡Yo también te lo dije! Pero tú no haces nunca caso.

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