Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

domingo, 18 de mayo de 2008

Cosas de chicos

Salir a robar caballos

Pet Petterson,

Bruguera, Barcelona, 2007.

Antes que nada: esta novela es la mejor que he leído en los últimos tiempos. Digo esto antes de que mis comentarios sobre la novela hagan que a alguien le parezca demasiado hormonada.

De modo - y, en parte, en forma - similar al que Moore emplea para asomarnos a la adolescencia desde la experiencia de esos extraños seres que eran nuestras compañeras de clase, Pet Petterson construye aquí un viaje mitológico-veritée hacia la adolescencia dejada atrás por un hombre. Un chico que se convierte en hombre bajo el influjo de la figura de su padre. Pues eso, una novela de hombres.

Ahorro energías y uso aquí la crítica publicada por Pablo en la Voz de Galicia en febrero:

“Los padres son durante muchos años como sombras entrañables que nos acompañan y que de repente desaparecen sin que ha­yamos tenido la ocasión de des­cubrir sus verdaderos contornos. También hay lugares que, llegado el momento, ayudan a recomponer los tiempos perdidos, los espacios en blanco, la información que nos hurtó nuestra propia edad o el secreto de los otros. Estos dos aspectos cruciales de la vida son los que propone el escritor Per Pet­terson (Oslo, 1952) en Salir a robar caballos, una novela imprescindi­ble afortunadamente traducida al castellano.

El protagonista de la historia, Trond Sender, vuelve al lugar clave y a la figura del padre cuando tiene ya 67 años y ha perdido todo lo que un hombre siempre teme perder. A su mujer en un accidente de tráfico. A su única hermana víctima de un cáncer. «Ambas murieron con un mes de diferencia, y desde enton­ces la verdad es que prácticamente he perdido todo interés en hablar con la gente. No sé bien de qué hablar. Esta es una de las razones por las que vivo aquí, claro. Otra razón es esto del bosque. Hace muchos años estaba unido a mí de un modo en que ninguna otra cosa ha estado, y luego desapareció de mi vida durante mucho, mucho tiempo, y cuando finalmente se im­puso el silencio absoluto en torno a mí, tomé conciencia de cuánto lo había echado de menos».

El protagonista reflexiona en pri­mera persona sobre el verano de 1948, cuando él tenía 15 años y una sucesión de acontecimientos hace que abandone la cómoda inocen­cia de la infancia. En cierta medida, Salir a robar caballos es como una novela de epifanía similar a La línea de sombra de Joseph Conrad, y se detiene en ese momento clave en el que sabemos «que también habrá que dejar tras nosotros la región de nuestra primera juventud». Pero al tiempo es una novela de retorno, de vuelta desde la edad tardía hacia la comprensión de la propia vida en aquellos momentos del pasado en que es irremisiblemente condicio­nada por la experiencia. E intentar, al mismo tiempo, recomponer los difusos contornos de la sombra del padre. Petterson traza la que en realidad es la historia que todo hombre aspira a contar. La historia de lo realmente esencial. Y lo hace con un estilo lírico pero austero, muy nórdico, pero también muy cercano al de los relatos de Ray­mond Carver. Con una narración inteligentemente dosificada y una maestría poco común para instalarse en las sensaciones de la naturaleza, en un lugar rodeado de abetos y abedules, muy cerca de la frontera con Suecia”.

No dejéis de leerla.

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