Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

martes, 16 de diciembre de 2008

Lo hiciste mal

Voi non sapete

Andrea Camilleri,

Mondadori, Milano, 2007.

Pizzinu: así se llama el vale de papel sobre el que están escritos los números de la lotería… a conservar por quien ha jugado.

Eso debe pensar mi padre cada vez que le entrego il pizzino con la lista de libros que quiero que me traiga de su viaje a Italia. Ya sé que existe Internet, pero desde hace algunos años mis libros italianos los ha comprado mi padre. En Feltrinelli o Laterza, en Bari. Cada vez que le entrego el recado – ahora en formato digital - lo mira para inmediatamente mirarme extrañado, y yo le imagino de camino a la librería por vía Sparano, pensando qué me habrá tocado esta vez.

En esta ocasión, entre otros, había un diccionario de términos mafiosos escrito por Andrea Cemilleri, basado en la vida de ziu Bennu, el más famoso de los capos de la mafia siciliana.

Cuando le detuvieron en 2006, Bernardo Provenzano llevaba 43 años viviendo en la clandestinidad. Los últimos 20 seguramente los había pasado en ruinosas casas de campo, incluso en gallineros. Desde 1994 era el número uno, el mandamás de Cosa Nostra y siempre escribía pizzini: notas mecanografiadas en trozos de papel, que ocultos en lugares inverosímiles, viajaban por una compleja red de carteros hasta llegar a los afortunados destinatarios del clan.

Desde sus primeros días en la cárcel Provenzano se quejó porque le habían quitado su Biblia. Se la habían requisado y le habían dado una completamente nueva. Pero ziu Bennu quería la suya, llena de anotaciones, marcas e ideas que luego tomaba para sus micro-cartas. Le habían quitado las notas. Le habían quitado los apuntes y ahora se vería obligado a escribir sin brújula.

Me imagino a mí mismo, aquí enfrentado al teclado sin mis libros y sus anotaciones. Estaría perdido, sometido a una biblioteca completamente nueva y sin pasado, que me exige que lo olvide todo, que vuelva a empezar. Imposible escribir ni una sola de estas líneas sin la firma de las emociones que se cruzan por la vida; por esa vida falsa de los libros.

Bernardo Provenzano necesitaba su Biblia como un pilar firme donde apoyarse y estar seguro, para dar buenos consejos. Escribía sus notas intercalando citas del Antiguo Testamento, repitiendo giros devotos, citando al mismo Dios. Lo hacía por el bien de todos, pero sobre todo por el bien de los suyos. Y eran muy buenos consejos. Tanto, que había que seguirlos.

Por qué escribo yo aquí. Apoyado en la frágil columna de papel, desautorizado por cada libro que consulto. Asediado por aquellos que siembran dudas. Qué me da la letra para animarme a decir cosas que realmente no sé decir, que sólo sé balbucear.

Llegó un día en que Bernardo Provenzano lo hizo francamente mal. Estaba nervioso por los rumores, y se sentía atacado por su próstata. Varios descuidos: primero, la antena de la televisión; luego las extrañas conversaciones a solas del dueño de la cabaña; y finalmente una mano que sale de una puerta y le delata. Lo hiciste mal, no debiste tender la mano, te vieron. Al menos no debiste tenderla tanto. Muy mal.

Pienso en Provenzano encarcelado, leyendo su Biblia nueva, maldiciendo la suerte, consciente de su error. Escribiendo pizzini fríos y desorientados desde la celda. Echará de menos poder cruzar con alguien de los suyos la mirada y, como buen siciliano, decirlo todo con los ojos. Lo has hecho mal. Lo hiciste mal.

Tan mal como yo, que ahora tomo notas en papel de plata. Comiendo los restos. Cenando recuerdos. Era un juego y ahora es real.

Compartiría ahora un silencio con Bernardo Provenzano. Sentados a horcajadas en una silla; los codos clavados en el respaldo de mimbre; los hombros encogidos; la mirada fija en el boleto de lotería, maldiciendo la suerte, queriéndolo todo. Tarareando en silencio la maldita canción de Nacho Vegas que se ha asentado en una órbita estacionaria a un palmo de mi cabeza.

A la de tres empezaré a correr. Pero olvido que no sé contar.

3 comentarios:

  1. Querido elita:
    Tengo la sensación de que últimamente engulles libros muy tortuosos. Te recomiendo que descanses tu mente con novelas ligeras. Dice un filósofo, cuyo nombre no recuerdo,- ¿será Aristóteles?, en fin, me quedaron sus palabras, algo es algo-…bueno, dice el filósofo que debes reservar un número de cosas en la vida con las que no hay que plantearse el por qué de su existencia, simplemente aceptarlas tal y como son. En el caso de que nos preguntásemos el por qué de todo, irremediablemente nos volveríamos locos. El filósofo sin nombre- que lo tiene, pero yo no lo recuerdo- ya imaginarás que escribió este pensamiento de una manera mucho más poética, pero seguro que ésta es la idea.
    Sabes….me he puesto a pensar en Bernardo Provenzano y su autoculpa. Me lo imagino castigándose con sus pensamientos y he llegado a deducir que Provenzano no se decía a sí mismo ‘lo he hecho muy mal’ por haber sido un mafioso, o por haber matado a un pobre desdichado. Provenzano no se flagela por los mil y un supuestos pecados que habrá cometido. Estoy convencida de que Provenzano se castiga por haber permitido que le pillasen.
    Yo imagino que elita cocina majestuosamente, y que las sobras de la cena estaban deliciosas. Yo imagino que elita no se castiga por sus mil y un pecados naturales. Yo imagino a elita diciéndose a sí mismo ‘me han pillado’.
    Nos veremos frente a un café, antes del próximo año.

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  2. Tienes razón cuando dices que me dejo llevar por la mala sombra a la hora de leer. Mientras escribía el otro día, pensé que debía hacer un esfuerzo por encontrarme el punto cómico. Y aunque me descojone con mis pensamientos, la letra me pone más serio. Me jode, porque todo en las circunstancias debían llevarme fácilmente a ello.

    Pero prometo que, aunque parezca un payaso y vuelva a fracasar, lo intentaré, probaré a reírme sin parar.

    Sin duda, Provenzano se lamentaba porque lo han pillado, por no poder seguir ejerciendo de jefe del mundo. No hay rastro de arrepentimiento en él, sólo de rabia por no poder seguir viviendo esa vida de ermitaño iluminado y omnipotente.

    Y claro, también a mí me jode verme pillado. Y también me jode que mis pecados naturales - la impaciencia, el ansia, la voracidad, la ilusión - sean tan expansivos que me acaben privando de la presencia y del habla. A Provenzano le pillaron por sacar la mano y recoger las respuestas a sus cartas. El ansia por comunicarse, pilló a Provenzano. Mis ganas de hablar me ha pillado a mí.

    Los dos quisiéramos poder volver atrás. Aunque fuera al mismo sitio.

    Pero sé que hay muy pocos porqués que merece la pena perseguir. He ido soltando preguntas importantes todos estos años y ya casi no tengo ninguna.

    Pero cuando la vida salta del papel a la calle, no importa cuán imposible sea la respuesta que todos la necesitamos buscar. Todos sabemos que no existe la justicia, pero no hay ninguno de nosotros que no la exija en carne propia, allí donde no sirven los libros.

    Esta contradicción soy yo. Y sabes que quiero ese café.

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