Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Perseguidor a la francesa

Dietario voluble

Enrique Vila-Matas,

Anagrama, Barcelona, 2008.

Estoy empezando a mosquearme seriamente. Si todo es como creo que está ocurriendo debería dejarme llevar por mis impulsos, acercarme esta semana a Barcelona, disfrazando mis modales de hombre bruto tras una camiseta multicolor bien ajustada y unas gafas oscuras muy modernas. También debería llevar un bolso de bandolera de nylon, con un revólver falso dentro, una bufanda de colores más chillones aún que la camiseta y un viejo abrigo azul marino. De esos de lana, como los que usaba Camus para las portadas de sus libros.

Así ataviado estaré en condiciones de perseguir a Vila-Matas por su ciudad, más concretamente por la Travessera de Dalt, hasta que finalmente me reconozca y le entre el pánico. Estoy harto, y también angustiado, de que sea él quien me persiga constantemente a mí. Creo que ya es hora de que le toque a él sentir la humeante presencia de mi aliento en su calle, al igual que ahora yo siento la suya en mi salón.

El primer escalofrío lo sentí cuando, hace ya algún tiempo, traje el último libro de Vila-Matas de la librería hacia mi casa. Lo primero que suelo hacer con todos los libros es pasarles un exhaustivo reconocimiento médico. Hojeo brevemente todas sus páginas, comprobando que no le falte ningún órgano vital, y verifico minuciosamente su identidad (me encantaría encontrar una novela impostora metida en otro libro, pero no ha ocurrido todavía). Finalmente, antes de exiliarles una temporada en el secadero, les hago el primer examen oral.

Abrí casualmente Dietario voluble por primera vez por la página 94, y allí encontré a mi perseguidor escuchando, en un hotel del paseo marítimo de Palma de Mallorca, Batiscafo Katiuskas, la canción de Antonia Font que ha estado metida en mi cabeza intermitentemente desde que la escuchara por primera vez en 2006. Algo iba a ir mal: Vila-Matas se estaba apoderando de también de mi mundo sonoro, y además lo hacía con total desfachatez, saludando desde la terraza y campeando libremente por mi tercera patria.

Dejé pasar un tiempo prudente para que el impacto de este descubrimiento no me bloqueara definitivamente, sumiéndome en una lectura tartamuda de este diario, al parecer un diario de una nueva vida. ¡Ja! Hazle caso a Piglia, sigues siendo el mismo. Probablemente sin güisqui, pero el mismo.

Cuando decidí entregarme al libro, las cosas no fueron mucho mejor. Dice Vila-Matas que lo fantástico de los viajes es la suspensión de nuestra existencia, la suspensión de nuestra realidad. ¡Coño! He pensado en ello muchas veces e inclusive lo he escrito en estas páginas.

Más adelante me fascino ante la descripción de lo difícil que resulta comprar un libro para regalar: lo estúpido que resulto desde fuera al comprar el ejemplar de regalo de un libro que deseo y lo enfermizo que me siento al dejar pasar sólo un día hasta volver a la librería a comprar otro para mí. Eso sí, siempre que haya sido capaz de superar la prueba de no quedarme el ejemplar primero, el destinado al otro. ¡Joder! Si yo pudiera escribir así, no habría posibilidad de que este perseguidor tan persistente, me robara esta historia sólo con observar de lejos mi comportamiento en una librería.

Vila-Matas también me observa cuando busco efemérides de las fechas de cumpleaños de mis allegados, cuando como pizza en Roma, cuando hago listas de mis escritores preferidos, lamento el aspecto que tiene Barcelona o cuando me acuerdo de un personaje de alguna novela. Se está aprovechando de mí. Su descomunal talento lo oculta a primera vista, pero está haciendo de mi convencional vida una historia excepcional, una vida de diario de escritor.

La situación es tan grave que hasta se atreve a dedicarle sus libros a Paula. De acuerdo, la suya es de Parma y la mía es de Padua. Pero son sólo 180 kilómetros para disimular, lo sé.

Intenta perseguirme a la francesa, sin decir hola cuando llega a la esquina de mi casa en la mañana, sin avisarme al empezar su trayecto tras mis pasos. Pero yo llevo tiempo preparando mi venganza. Sin que él se haya dado cuenta yo ya he hecho mis deberes. Le dejo perseguirme sin protestar, porque he decidido nombrarle mi escritor oculto. Tengo el lujo de que el escritor que está escribiendo mi vida sea uno de tamaño talento. Todo un privilegio.

Se me ha quedado Paula - la mía - metida en la cabeza. Fue la única que me alertó sobre Vila-Matas. Pero yo preferí no hacerle caso y me despedí de ella a la francesa. Ahora sé que lo hice así, sin ni siquiera una palabra, porque decir adiós hubiera significado una muestra de desagrado y de ruptura.

Si ella estuviera aún aquí, me diría acuéstate ya y procura no roncar. Mejor, me pediría que me quedara a dormir en el salón, con ese insufrible olor a tabaco negro que rodea todos mis movimientos y con esa obsesión enfermiza que me ha dado con el escritor ese.

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