Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

viernes, 26 de diciembre de 2008

Curriculum vitae

Curso de física teórica. Mecánica.

L.D. Landau y E.M. Lifshitz

Reverté, Barcelona, 1991.


Llegué a la Isla y efectivamente era invierno. Todo el mundo aquí ya está acostumbrado a que con el frío sólo se pueda vivir en dos lugares: en casa o en los bares. Me recomendaron que los bares los dejara para la noche, que dedicara las mañanas al poco sol que aquí asoma y que me buscara la vida por las tardes.

Llevo días enfrentándome sólo a las tardes de la Isla, a estas sobras frías y grises del día. Alguna se me hace tan larga que ni siquiera la exploración espacial me libera de los cíclopes, de esos pensamientos de mirada tan fija que parecen obsesiones.

Busco refugio en mi cuarto hasta que desaparezca esta maldita luz blanquecina y las tabernas vuelvan a abrirme las puertas. Me quedo embobado repasando las tardes de inviernos pasados. Están todas juntas, ordenadas, todas apiladas en un estante aparte. Allí están, como bloques inexpugnables llenos de acertijos y certezas los libros de física a los que tanto tiempo regalé.

Hacía muchos años que no los había vuelto a hojear. Los había abandonado casi con despecho, repudiándolos para imponerme su olvido, aceptar que pertenecían a un tiempo ya pasado. Cuando necesito virar el rumbo, vengarme de mí mismo y reprocharme la recaída, me piro a la francesa. No saludo, mantengo el paso firme, no me vuelvo atrás. Pero a veces me dedico a imaginar obsesivamente las cosas que dejo en el camino, las vidas que no pudieron ser. Entonces necesito actuar y me invento reproches y defectos que me obliguen a la indiferencia. A la física la traté así.

En estas tardes de encierro forzoso me han vuelto a enternecer. He encontrado a viejos amigos en el estante, los he reabierto después de muchos años y he repasado con ellos las antiguas lecciones.

Recuerdo de lo que supuso leer el Calculus de Apóstol. Para mí era la primera vez que comprendía que estudiar matemáticas era lo más parecido a hacer la mili que viviría en mi vida. Una vez superada la instrucción, los miles de retos que contenía Mathematical Methods for Physicists de Arfken me demostraron que efectivamente la Naturaleza habla con los números, y yo disfrutaba imaginando a Galileo atónito ante su descubrimiento.

Una de las lecciones más importante que he recibido de las matemáticas, me la dieron los números complejos. Cuando conseguí leer bien Variable Compleja y Aplicaciones de Churchill y Ward quedé finalmente convencido que hay problemas que conviene no afrontar, que sólo se resuelven bordeándolos.

Las matemáticas trazan planos por los caminos más escarpados, los llenan de armonía humanizada, haciéndolos más simples y comprensibles. La simetría, por ejemplo, es el arma que lo unifica todo, que dota a nuestro entendimiento de una potencia que a mí no ha dejado de asombrarme. Lo descubrí aprendiendo electromagnetismo en las páginas de Principles of Electrodynamics de Schwartz viendo como las leyes de Newton y Maxwell necesitaban de una mente como la de Einstein para unirse y explotar en la asombrosa Teoría General de la Relatividad, que yo aprendí, enamorado como un adolescente, en las páginas de Gravitation and Cosmology de Weinberg.

Sin embargo para todos aquellos a los que la física nos ha robado tardes, mañanas y noches – tanto en verano como en invierno – la aparición de la mecánica cuántica supone una crisis de la que a veces no es sencillo salir. Lo sentí por primera vez en las páginas del Quantum Physics of Atoms, Molecules, Solids, Nuclei and Particules de Eisberg y Resnick. Era un compendio de problemas conceptuales y de parches que parecían responder con malicia sólo a la mitad de las cuestiones. La teoría de los cuantos puede producir melancolía, sentimiento de pérdida, pérdida de verdades las que nos creíamos fuertemente asidos.

El paso del tiempo, la costumbre, un poco de imaginación, y la lectura de Quantum Mechanics de Cohen-Tannoudji, Diu y Laloë permiten recuperar el hálito. Gracias a las páginas de este libro – y sin duda las del Landau o el Messiah – pensé que dominaba la indeterminación aunque el precio que hubiera pagado era el de convertirme en un nihilista, en un nihilista de los buenos.

Más adelante la aventura se torna más compleja y sofisticada. Llegó el día en que pude pelearme con Diagrammatica de Veltman, Field Theory de Ramond; empecé a leer artículos y a garabatear muchos cálculos, mientras por fin sentía que podía observar desde la punta de mi lapicero los orígenes del universo.

Creí haber realizado el sueño depertenecer al mismo grupo los dos más grandes autores de la profesión: Richard Feynman y Lev Landau. El primero ha escrito las lecciones de física más geniales que jamás habrán de escribirse. Toda obra que lo intente superar será siempre una imitación del profesor californiano. El segundo, de la escuela soviética, elaboró una enciclopedia de física que a todos nos gustaría comprender. El primer tomo de su Curso de Física Teórica es esta Mecánica, y es el que me ha hecho sentir físico de nuevo esta tarde, cuando aún me he sentido capaz de captar la elegancia de sus argumentos, la claridad de sus imágenes.

Teorías. Muchas teorías han llenado las tardes de mis inviernos en la Isla. Pero con el paso del tiempo uno acaba descubriendo que inclusive en lo que a la física se refiere, la realidad es infinitamente más terca que nuestras ansias de respuestas. Había creído tanto en las teorías que me olvidé de la Naturaleza. Me conozco y sé que soy así, un idealista que reniega de sí mismo, que disfruta imaginando el mundo consciente del engaño de los sueños, pero que cierra los ojos con tal de no ver la realidad.

Este invierno ha venido con el dolor en el pecho de mi madre, el silencio habitual y misterioso de mi padre y la ausencia de mi hermano, inmóvil y atado a una cama. Cierro los ojos para no ver y hallo cobijo en el pasado, oculto en el estante. Desde allí me he puesto a contarle mi currículum vitae a una musa silenciosa y lejana, que sabe las pocas respuestas que busqué y me oculta su apasionado caos con un manto rojo y racional.

4 comentarios:

  1. Ya sé por qué no te veo nada. Te estás quedando en casa a leer, aunque a tí lo que te gusta es el fútbol.

    Y hablando de fútbol, ¿vas algo por el futbolín? [Recuerda que el culo lo enseña el que gana.]

    Vaya navidades más raras, te lo juro. En la cama, sin preocupaciones, viendo el sol por la ventana y sin ver a nadie excepto a Manu que vino a verme hoy. No como tú, que te pasas el día leyendo.

    ¡Feliz 2009!

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  2. Es que desde que no te veo me he puesto melancólico. Melalcohólico, perdón.

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  3. Ya, y entonces hiciste la foto del libro con el móvil o algo peor.

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  4. Siempre algo peor, siempre.

    Bueno, cuídate, que estás malín.

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