Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

martes, 4 de noviembre de 2008

Libertad, justicia y lujo '08

El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma.

Robin Lane Fox,

Crítica, Barcelona, 2007.

Hay muchas razones para haber traído aquí el libro de Robin Lane Fox, principalmente porque es una narración espléndida de la historia de Grecia y Roma, desde Homero al emperador Adriano. El mundo clásico es un libro que discurre fluidamente, manteniendo la tensión narrativa a la par de parecer siempre fiel y riguroso con los hechos, o al menos con sus testigos. Y los hechos tal y como ocurrieron están llenos de sorpresas, de momentos y situaciones que parecen irrepetibles. Todos ellos, y la maestría de un historiador que dejará huella, justificarían mucha más atención y palabras de las que yo le he dedicado.

Leí el libro a principios de año, cuando en España estábamos en plena campaña electoral, y entonces descubrí una efeméride que me llamó la atención, tan metido en el contexto electoral como yo estaba en aquellos días. Hoy, a la espera de que mañana los americanos elijan a su nuevo presidente, he vuelto a recordarla. Dice Lane Fox:

“… Era necesaria una medida más drástica si querían superar el favor de la ciudad, de modo que probablemente fuera en julio o agosto [de 508 a.c.] coincidiendo con la toma de posesión del nuevo magistrado rival, cuando el estadista más viejo y experto de la familia, Clístenes, propuso en medio de una asamblea pública que se cambiara la constitución y que, en todas las cuestiones, el poder soberano residiera en el conjunto de los ciudadanos varones adultos. Fue un momento magnífico, la primera propuesta de democracia de la que se tiene constancia…”

Así que de ser válida la efeméride, el 2008 se cumpliría el XXV siglo de democracia. No tiene ningún significado especial, sin duda, pero el hecho de que ahora nos encontremos ante cambios aparentemente históricos – el posible triunfo de Obama en EEUU, o la supuesta refundación del capitalismo que, dicen, necesitamos – me parece curioso que la democracia griega, de la que nos sentimos herederos, cumpla este mismo año 25 siglos.

A pesar de tanta historia, yo no consigo saber muy bien qué son las elecciones democráticas. Obviamente creo entender para qué sirven, y en menor medida, cómo funcionan. Pero no acabo de entender completamente qué representan para nosotros: ¿qué representa el hecho de votar, qué ilusiones motivan nuestra elección de voto? También he de decir que yo nunca he participado en ninguna. No es que me haya abstenido, ya que ni siquiera he tenido la necesidad de decidirlo; simplemente mis circunstancias no me permiten votar.

Estados Unidos con su proceso electoral – hechas algunas salvedades – ha vuelto a dar un ejemplo total de democracia al mundo. No tanto por los fastos ni por los globos de colores, claro está. Lo ejemplar es el propio proceso, sus mecanismos y sus tradiciones que demuestran estar tan profundamente arraigadas en los ciudadanos que casi parecen ancestrales. Un ejemplo envidiable, una promesa tan pura, tan auténtica, y tan públicamente expuesta que la hace deseable para todos. Pero cuenta Lane Fox:

“En la década de 440 a.c. se habían firmado alianzas entre los atenienses y más de doscientas comunidades griegas, construyéndose así el imperio más poderoso de la historia de Grecia que se conoce. En los textos de la época oímos hablar de la esclavización de los miembros de la Liga por parte de Atenas y de la arrogancia de ésta, aunque se asegura también que garantizaba más libertad y justicia para los griegos de la que podía llegar a suprimir. […] Los atenienses nunca intervinieron sin ser llamados para imponer o exportar su democracia un Estado aliado estable. […]El tributo pagado a Atenas era bajo y negociable y […] la amenaza que suponían Persia y los sátrapas de Asia Menor distaba mucho de haberse disipado. Mientras tanto los barcos atenienses impedían el desarrollo de la piratería en el mar y aseguraban una defensa contra los persas en caso de crisis […]”

La cita sería mucho más larga, pero mi conclusión es que Atenas prometía y protegía la democracia a cambio de un precio negociable. También acosaba y atacaba – sobre todo comercialmente – a aquellas tiranías próximas a Esparta con el fin de motivar que sus pueblos se rebelaran y reivindicaran para ellos el modelo ateniense. También, cuenta Lane Fox, los atenienses se quedaban con tierras y bienes de las nuevas democracias, lo que más tarde provocó un resentimiento que acabó provocando – entre otras cosas – las Guerras del Peloponeso, que significaron el fin del imperio ateniense.

A leer este retrato de Atenas he visto reflejado a Estados Unidos – desde entonces, para mí, la Atenas moderna - promotor ejemplar de la democracia frente la inextinguible amenaza del enemigo. Eso sí a un precio razonable y bajo alguna que otra amenaza. También me ha recordado a algo muy patrio para mí. Esas organizaciones que a cambio de nada te protegen el negocio.

Volvamos a las elecciones. Ahora pienso que las usamos como medio para expresar nuestro deseo de mundo, nuestro deseo de vida. Y en esas ilusiones se mezclan lo que queremos para todos, lo que no queremos para nadie y lo que sólo queremos para nosotros. Una mezcla difícil, de imposible coherencia.

Dice Lane Fox que la historia del mundo clásico, la historia del mundo en realidad, está guiada por tres deseos irrenunciables: la libertad, la justicia y el lujo. El problema de la democracia es que convertimos estos conceptos en ideales sin darnos cuenta de su incompatibilidad implícita, sorprendidos de que la factura sea unirse al chulo del barrio o a la patrulla vecinal.

2 comentarios:

  1. Los americanos eligen nuevo presidente, dices.
    ¿Todos los americanos a la vez?
    No lo sabía, qué cosa más curiosa.

    ¡Viva el mercado común!

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  2. Lo he puesto en cursiva como homenaje a ti, que sé que eres muy sensible.

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