Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

domingo, 2 de noviembre de 2008

Corresponsales del pasado

Un mundo en guerra. Crónicas españolas de la segunda guerra mundial.

Laia Arañó y Francesc Vilanova,

Destino, Barcelona, 2008.

En los últimos años he venido observando como las conversaciones sobre política – afortunadamente cada vez más inusuales – que mantengo con mis amigos acaban convirtiéndose en encendidas discusiones partidistas sobre los medios de comunicación y, en particular, sobre los periódicos.

Realmente yo no tengo ninguna esperanza en que estos debates me sirvan encontrar mejores explicaciones, análisis más completos de aquello que nos rodea, y siempre preferiría hablar de fútbol o de mujeres. Pero, aunque sea tan poco optimista respecto a la aportación de la discusión política, no consigo librarme completamente de ella. Y menos aún del debate sobre la prensa.

En una ocasión alguien en me llamó con guasa “el azote de la prensa”, burlándose de mis repetidos e irritados juicios sobre los periódicos que leemos. Aunque fuera en tono jocoso el calificativo me ruboriza, sobre todo porque me desenmascara: ¿a qué viene tanta queja si luego no puedo vivir sin ellos?

Una pista. Hace una semana J.L. García Martín reflexionaba en ABCD sobre por qué leemos y citaba a alguien que había dicho algo como “leemos para aprender a preguntarnos por qué leemos”. ¿Por qué soy yo tan adicto a leer periódicos? Porque sólo leyéndolos aprendo a odiarlos, a descubrir los mecanismos con los que yo mismo me dejo engañar.

Para ser completamente sincero sobre mi relación con los periódicos, he de decir que, para mí, hay dos tipos de lecturas muy diferentes de un periódico. No es lo mismo enfrentarme al periódico de mañana que leer un periódico de ayer. Mientras con el periódico diario me irrito, discrepo airadamente, al periódico de ayer me une un pasado común, una nostalgia. El periódico de ayer es como alguien que dice ¿te acuerdas de…?

De modo que cargado con mi adicción al periódico de todos los días, y mi fascinación hacia los del pasado esta semana estoy de celebración. He echado la primer ojeada a Un mundo en guerra, un cuidada selección de crónicas aparecidas en ABC, La Vanguardia Española, Arriba… durante la segunda guerra mundial. Un fascinante viaje a la propaganda franquista, una propaganda paleta, oportunista y chaquetera que describen actitudes todavía habituales entre los militantes - de uno y otro bando, si se quiere - de este país. Las crónicas de los años '40 reflejan una clase política y periodística que jamás analizan sus posiciones en positivo, para defenderlas; solamente son capaces de justificarlas como reacción a un supuesto rival.

Leyéndo algunas de las crónicas, voy reencontrándome con elogios filonazis, ataques encendidos contra Churchill o justificaciones anticomunistas posteriores a Nuremberg. Pero también redescubro la dependencia de la prensa hacia el poder político, o el fantástico estilo literario que fue perfilando la cultura rancia de la época.

La otra celebración de la semana se la debo a La Vanguardia, que ha abierto su hemeroteca digital a todos los adictos. Una fiesta. Una ofrenda que me hace sentir dentro de la piel de mis padres, de mis abuelos. Gracias.

Pasaré horas enchufado a la hemeroteca, chutándome para aplacar mi ansia de respuestas, o de preguntas. A estas alturas lo mismo da.

2 comentarios:

  1. Hola.
    Cuando pones un enlace, ¿por qué no lo haces de manera que se te abra en otra ventana o pestaña del navegador? Es que si no perdemos la página en la que estábamos, hombre.

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  2. Bueno pero seguramente llegas a una más interesante. ¿no?

    Bueno a ver si hablamos.

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