Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Una noche entera

After Dark

Haruki Murakami,

Tusquets, Barcelona, 2008.

Voy a contarte lo que escribo desde tu punto de vista. Sí, ya sé que no estás, pero imaginemos por un momento que estás aquí. Ya sabes que yo desde luego puedo hacerlo. ¿Y tú?

Pongamos que estás de pie delante de mi cama; imaginemos que tu mirada se convierte en una cámara. Ves una cama detrás de un biombo blanco, una colcha blanca y varias almohadas multicolores. Pero sobre todo te fijas en el desorden de estas sábanas tan rojas. A la derecha una mesita blanca, un par de libros, un lámpara de lectura y un cenicero en el que humea algo que parece un cigarrillo. Lo acabo de apoyar. Lo dejo encendido porque le queda una calada. Hace calor.

Pero esta noche no es una noche de verano. Hace frío en la calle y desde la ventana de la izquierda aparece el lado oculto de la luna reposando sobre su lomo brillante. Cuarto y mitad, casi dándonos la espalda. Tumbado en una cama flotante, en un cielo oscuro sorprendentemente escaso de nubes.

Yo no tengo un lomo brillante y le pido a mi codo que se mantenga firme; que no se ponga a temblar sobre el colchón y que me permita escribir con buena letra. Pero no olvides que también estás tú, y ya se sabe, todo tiembla.

Vamos, conecta ya la sonda. Así tendrás la imagen completa. Verás lo que pienso escribir. Ahí está. Ahí tienes la casa pequeña desde esa cámara panorámica que has colocado en el techo, a modo de plano picado y cóncavo. Ves el sofá también rojo, la mesa revuelta de papeles sin importancia, la tele en silencio y un tipo encorvado sobre la mesa de cristal frente al ordenador.

Está escribiendo en silencio, con el cenicero humeante y repleto de colillas; sí el mismo cenicero que luego se llevará a la cama y nublará sus sueños. Está pensando en After Dark, la última novela de Murakami, ese escritor con nombre de pájaro divino que tiene legiones de seguidores. Escribe indeciso, no sabe si pensar más en Mari – la enigmática chica solitaria – y su pesado libro, o en Takahashi, el músico amable y extrovertido, ese hombre de historias largas.

Ya parece que lo tiene claro. Toma un poco de agua de su vaso – el vaso de las cervezas, de los gin-tonics, el vaso del agua – y piensa que lo que le gusta de libro es el molde de sus personajes, liberados de cualquier juicio y observados discretamente desde la lejanía. Se necesita arte para lanzarte dentro de un personaje desde tan lejos. Se necesita talento para describir tan fantásticamente una conversación accidental en un bar, una conversación que necesita una noche entera.

Se queda pensativo, ha perdido el hilo. O quizás simplemente se ha consumido. La cámara panorámica se acerca a la pantalla y empieza a registrar las imágenes de un tipo que ahora fantasea delante de su ordenador en tener una conversación accidental en un bar. Descubrir que hay alguien con historias largas que escuchar. Alguien que pretenda hacerlo desde lejos pero que poco a poco necesite la proximidad del primer plano. Una conversación de una noche entera.

Ahí está, sigue con su sueño escrito. Estás viendo un tipo que mientras escribe a diez dedos sueña que lo hace a mano tumbado en una cama, mientras tú le clavas la mirada.

2 comentarios:

  1. O que bien lo describes, o que bien me lo imagino.
    Pierdo los segundos o, los ganos, leyendo cada una de tus letras

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  2. Yo desde luego los gano, pensando en que las leas. Un regalo.

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