Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 23 de octubre de 2008

No lo toméis en serio

Schopenhauer, Nietzsche, Freud

Thomas Mann,

Alianza, Madrid, 2006.

Hace algunos años… hace bastantes años, tuve la ocasión compartir un día completo con Andrés Sánchez Pascual. Es conocido por ser el principal traductor al castellano de algunos filósofos alemanes, entre ellos Nietzsche, sin embargo yo le conocí borracho en el sofá de una cafetería de las de antes. No es que le viera borracho desde el primer momento, no, pero sí que le vi borracho. Y no se me ha olvidado nunca.

Entendedme, aquel hombre había venido a un pequeño instituto a dar una conferencia. Lo había invitado un profesor de filosofía irreverente y guasón que se había hecho coleguita de alguno de nosotros, y yo estaba fascinado. En aquella época yo empezaba a ser muy pedante y me entusiasmaba la idea de compartir una tarde con un filósofo conocido. Ahora ya estoy mejor. Gracias.

Después de su indescifrable conferencia algunos fuimos de cañas, y a continuación dimos cuenta de la correspondiente comilona que el esfuerzo intelectual había merecido. Estoy seguro que en la sobremesa empezaron a torcerse las cosas. No me di demasiada cuenta hasta que se me clavó el soniquete del argumento que repetía una y otra vez y que recuerdo perfectamente. La tarde se hizo muy larga, larguísima, pero sin duda él lo pasó fenomenal.

Después de todo el tiempo que ha pasado, he de decir que este episodio siempre me ha inyectado una dosis de entusiasmo. Me sienta fenomenal. Parece una síntesis graciosa de algunas cosas que me pasan: siempre se me ha dado bien obsesionarme con divagaciones sin destino; y también se me da bien emborracharme, seguramente mejor que lo primero. En conclusión consigo tener una vida social alegre, mientras oculto a los demás mis tesoros. Así estaba él, repitiendo obsesivamente una reflexión en un idioma exclusivamente suyo y riéndose tratando de involucrar a los demás.

Cuando recuerdo al traductor de Nietzsche borracho en el Buho’s, yo me pongo un poco más contento. Eso sí, yo para repetirme no necesito alcohol. Esto me sale perfecto.

En las conferencias de este libro, también Mann se repite con frecuencia. Y aunque no demuestre alegría en ningún momento, sí hace un intento continuo de empatizar con el lector. En realidad, con el resto de la humanidad. Mann parece necesitar decirnos una y otra vez es un hombre bondadoso, bueno como diría él. Lo hace en parte porque necesita marcar distancia con lo que representaba Alemania en los años en los que están escritos los ensayos (1924-1947, aunque alguno lo completará más tarde). Curiosamente el más temprano y el más tardío son los dedicados a Nietzsche, y la comparación entre ellos es esclarecedora.

El Nietzsche del ’24 todavía no se ha convertido en el loco enfermo que aparece en el del ’47, retratado como un sabio que se ha extralimitado, que es incapaz ya de contener su delirio y al que, por tanto, no hay que tomar en serio.

En el primer ensayo, y también en muchos párrafos del segundo, Mann muestra una admiración a Nietzsche que revela que lo ha estudiado y entendido muy bien. Yo creo que Mann piensa como Nietzsche. En el fondo se lo cree. Pero se siente incapaz de aceptarlo. Le resulta excesivamente doloroso para sus convicciones morales, sus credos y para su concepción estética de la existencia. Además Mann se ha propuesto explicarle al mundo que también los alemanes pueden ser caritativos, así que fuera Nietzsche. Mejor eludir el debate y argumentar que en su mayor parte sólo fue un enfermo.

Mann prefiere a Schopenhauer y se nota que se siente reconfortado con él. La razón está en la teoría moral del autor de El mundo como voluntad y representación.

Lo que le gusta a Mann como humanista es que haya en el sistema de Schopenhauer espacio para un sentido digno de la vida. Una vida justa, una vida justificada, es aquella que consigue tomar el control de la voluntad – es decir la voluntad de vivir, o mejor dicho el instinto de supervivencia. Asumir que somos parte de una voluntad que transciende a nuestra vida individual y con ello renunciar a nuestro carácter animal y retomar con dignidad la empatía entre los reyes de la creación.

La cuestión es que esta virtud, el control de la voluntad, no se aprende. Se intuye. Como ocurre con el arte, Schopenhauer niega que existan mecanismos que permitan aprender a intuir esta bondad. Es algo así como un don, una esperanza, una quiniela.

Thomas Mann prefiere rezarle a la suerte y ruega por estar tocado por esta virtud intuitiva. Parece un buen protestante.

El añadido de que Schopenhauer mezcle arte y bondad, cumple las mejores expectativas de Mann, que quiere ser un humanista en alma y apariencia. Y como todo buen humanista, desea un sistema filosófico completo o lo que es lo mismo, un sistema que sea satisfactorio (exclusivamente en eso consiste estar completo). Aunque éste repose en la suerte, lo prefiere a un sistema incompleto. No soporta que Nietzsche esté falto de idealismo, que no pretenda el lugar más alto del podio para el hombre.

- ¿Vas a venir a acostarte?

Ya me he vuelto a extender y repetir. No estaré borracho pero soy cada vez más freaky. De hecho he decidido hacerme con todo el merchandising de Nietzsche que exista. Pensad que gracias a su bigote, el filósofo alemán puede tener tanto tirón como el Che Guevara, Elvis o Jesucristo. De acuerdo. A otra escala. Pero fijaros en el bigote. Uno oye Cristo y piensa en una cruz, oye Nietzsche y piensa en un bigote.

Os presento a Freddy. Es el primero de mi colección. ¡Di hola, Freddy! Es la leche. Me lo he comprado en Internet.

- ¡Mira que te lo dije!


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Los premios del Humanismo

(Añadido el 27/10/08, porque no podía dejarlo pasar...)

El pasado 24 de octubre se entregaron en Oviedo los premios Príncipe de Asturias, y me ha llamado mucho la atención el protagonismo que de repente ha cobrado el Humanismo tras los discursos de la gala. Mientras algunos medios encabezaban sus crónicas resaltando la llamada a la unidad frente a la crisis, el principal periódico español sintetizaba el contenido de los discursos pronunciados en el teatro Campoamor de la forma siguiente:

“Fue un acto en clave de manifiesto que reivindicó el precioso humanismo del pasado, tan necesario en el presente, tan urgente para el futuro”.

La cita está extraída del reportaje sobre el acto firmado por Jesús Ruiz Mantilla, titulado sin medias tintas como “Una reivindicación del humanismo“. No estuve pendiente de los discursos de las autoridades en Oviedo, ocupado por terminar el trabajo en la oficina y salir a ligar, pero sí tuve la ocasión de escuchar algunos de ellos. La sensación que me dejaron algunos de los pedazos de catequesis que escuché, es que efectivamente lo que allí había tenido lugar era una reivindicación de la firmeza y el compromiso con los valores morales universales, globalización de la empatía y sobre todo reivindicación del buenismo. Siendo así, el titular de Ruiz Mantilla parece adecuado. Lo que son un delirio son los discursos.

Cuando pensaba que la cosa no iría a más, me encuentro el domingo 26 una columna en el mismo diario titulada “Humanismo” . Está escrita por Carlos Boyero - genial, ácrata y cínico como el que más - y dice lo siguiente:

“[…] me enciendo inevitablemente al constatar año tras años que los príncipes de España reivindican el humanismo. Pues, claro. ¿Qué van a reivindicar personalidades tan cultivadas y modernas? ¿El bestialismo, el satanismo, las Cruzadas, el nazismo, el expolio del Tercer Mundo, la tortura, el belicismo, los extraterrestres, el terrorismo? Me ocurre con el sobadísimo termino "humanismo", que empiezo a hacerme un lío con lo que significa aunque debe de ser algo excelso. Lo único transparente es que todo el personal que chorrea poder y riqueza siente una responsabilidad incansable en la defensa y la exaltación de los valores humanos.”

La pregunta retórica de Boyero, me ha llevado a otra: de haber sido posible, ¿le habrían dado el premio, por ejemplo, a Nietzsche, Sartre, Huellebeq o cualquier otro verdugo de la moral y del humanismo? Puede que sí, pero siempre en calidad de artista, no como filósofo. Podría premiarse algo por ser bonito, pero con la precaución de no tomarlo en serio.

Sigo leyendo el periódico a pesar de todas las dudas que me arroja. Y hoy mismo me encuentro con más polémica humanista. Esta vez relacionada con la crisis económica sobre la empiezo a estar hasta los huevos: hoy hablaban de ella en el papelillo de la galleta de la suerte del chino en el que como.

André Glucksmann dice que las causas de la crisis hay que buscarlas “en capitalismo que cree que todo le está permitido porque habita el mejor de los mundos posibles … síntomas de la euforia devastadora de una existencia posmoderna, más allá del bien y del mal, al margen de lo verdadero y lo falso.” Y lo remata con un fantástica cita de Barbara Ehrenreich, analista del New York Times: “Todo el mundo sabe que no se puede obtener un empleo con un sueldo de más de 15 dólares a la hora si uno no es positivo, ni llegar a director gerente alertando sobre posibles catástrofes”.

De eso se trata entonces. No se puede ser directivo si no hay buenas noticias, no se puede ser dirigente político si no se cree en el futuro. No se gana el Premio Príncipe de Asturias si no se es humansita. Una preocupación más que me quito.

2 comentarios:

  1. Hostia, qué muñeco tan guay!
    Y es que internet vale para todo. Comprar muñecos, ver el tiempo, reservar hoteles... Ya lo decía yo en sus comienzos, que iba a ser la revolución. Y acerté.

    P. d. Por favor, pon más fotos o dibujos en tus artículos, hacen la lectura más amena. Gracias.

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  2. Eres un visionario, eso es evidente. Intentaré acerte caso con las imágenes. Aunque mi daltonismo no garantiza grandes resultados.

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