
La venganza del inca. Antología de poemas con cocaína.
David González (Ed.)
Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla, 2007.
Nunca me he sentido fascinado por las presuntas conexiones entre las drogas y la creación artística. A pesar de ello he intentado acercarme a través de algunos libros, a algunas reflexiones al respecto. Sin embargo el resultado ha sido siempre el mismo: nada de nada.
Algo similar me ocurre con la fascinación que les produce a algunos hablar de sexo con supuesta profundidad. Las drogas como el sexo – supongo que entre tantas cosas – las considero regalos de la naturaleza que, como animales que somos, podemos emplear para enriquecer o enmerdar nuestra existencia sin que por ello podamos esperar potencialidades, digamos, virtuosas.
Vivo en la cárcel de Palmáosla, Bolivia,
junto a mis padres y a mis dos hermanos.
Soy la pequeña. Mi nombre no importa.
Mi padre tiene treinta años de condena por
violación, robo a mano armada y secuestro.
Es el jefe de una banda:
mata a aquellos que matan o roban,
sin su permiso, o mata a quien mate a quien
le pagó para que no le mataran
Aquí dentro mi padre trafica con crack, armas,
alcohol, coca, tabaco comida, prostitutas y
electrodomésticos.
Algunos niños salimos al colegio,
cada día, ya algunos solemos volver con droga
de afuera porque nadie nos registra.
Por eso nos trasladamos,
suele decirme mi madre, siempre llorando.
al menos aquí nos respetan, y tu padre es alguien.
Al menos aquí tiene trabajo.
Al menos aquí tenemos un hogar.
Al menos aquí solo hay narcos y asesinos;
No entran las leyes, ni el gobierno, ni la policía.
Vivimos seguros, perjura mi madre.
Por eso vivimos aquí.
A pesar de estas esperanzas, las ocasiones en las que he sentido emoción, quizás un poco de dolor, o incluso algo de miedo en los poemas han sido escasas. La sensación tras leer es la de haber caído en las arenas movedizas de grupo de personas que usan el malditismo como una pose infantil que actúe como un biombo de sombras chinescas para manos artríticas.
Además de un conjunto de malditos desconocidos, el libro también recoge algunas obras de poetas conocidos (¡hasta Mario Benedetti!) o letras de canciones (¿cómo no? Leonard Cohen) o versos de cantantes más o menos famosos (eso sí, también malditos: Patti Smith o Nacho Vegas, por ejemplo). El resultado es un mosaico inconexo e inane que hace que la antología se parezca más bien a la edición de los resultados de la búsqueda de la palabra cocaína en Google. Sin embargo puede que el viaje no haya sido completamente en balde. He encontrado algunas joyas desconocidas, por ejemplo, El blues de la coca de Bukowski:
si crees que algunas mujeres no quieren más que tu amor
prueba a darles un poco de coca no recordarán de qué
color tienes los ojos
o lo que les has susurrado al oído.
pero corta unas rayas
y pásales una cerilla
(para demostrar su profesionalidad)
y
a diferencia de la mujer enamorada
volverán
fielmente.
Afortunadamente el libro es breve. De no haber sido así habría caído en una dependencia crónica que – como dice Escohotado en su famoso vademécum – me habría llevado a dejarme llevar por estímulos ridículos o incompatibles con mi propia idea del mundo, generalmente ligados a un complejo de autoimportancia. En otras palabras, la cronicidad me hubiera debilitado ante todo el sentido crítico, la lucidez.
Hola, Romeo.
ResponderEliminarYa vi la reseña de tu blog por el autor.
No pongas sus libros a parir, a ver si se va a enfadar. Vi su página web y varios de sus blogs y... Tiene tatuajes.