Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 1 de julio de 2009

Bebiendo ron

Juegos africanos

Ernst Jünger

Tusquets, Barcelona, 2004.

La juventud es una sucesión incontrolada de entusiasmos y fracasos. Pasamos años intentando construir una imagen convincente en la que reconocernos y lo hacemos asidos a unas cuantas idealizaciones de la realidad. A base de voluntad e ignorando los hechos como si no lo fueran, nos disponemos a explorar con ímpetu caminos condenados al fracaso, aventuras que la fuerza de la costumbre, el peso de la inseguridad y el magnetismo de la comodidad revelan de ordinaria ingenuidad. Pasan los años, se espacian los intentos de huida, y somos finalmente conscientes de que los fracasos nos han dejado más miedos que enseñanzas. Es el final de la juventud.

Jünger empezó a hacerse viejo en el norte de África, en la Legión Extranjera. Yo me hice viejo pensando en el Caribe, en el bar de Jose, bebiendo ron. Educado en un ambiente burgués, culto y acomodado, Jünger pasó su juventud siendo un buen estudiante y, ante todo, un espíritu idealista y soñador en el que se combinaban el naturalismo con el ideal guerrero de las lecturas juveniles que, como él mismo cuenta, le enloquecieron como Amadís de Gaula a Don Quijote.

Al cumplir los dieciocho años se convirtió en el joven Herbert Berger, protagonista y narrador de Juegos africanos. Decidió abandonar el hogar paterno y unirse a la Legión con el plan oculto de desertar y vivir una aventura única y solitaria en el continente africano: “Tampoco quería, como suele ser peculiar a esta edad, llegar a ser inventor, revolucionario, soldado o cualquier otro benefactor de la humanidad; por el contrario, me atraía aquella zona donde la lucha de las fuerzas naturales se expresaba en estado puro y sin finalidad alguna.”

El escritor alemán vivió su última aventura juvenil con la cabeza llena de libros y veinte años más tarde convirtió su diario de viaje en esta novela. En mi último intento de huida también hubo muchos libros, pero no estaban en mi cabeza, estaban en una maleta. Él se fugó empujado por las leyendas románticas de moda entre los estudiantes de los gimnasios alemanes de principios del siglo XX, mientras yo lo hice de acuerdo a los principios en auge en los institutos españoles de los años noventa. A Ernst le excitaba la perspectiva de una vida peligrosa. Yo estaba borracho.

Habíamos terminado el curso y yo había conseguido sacar las habituales buenas notas. Jose no. Él estaba más interesado en empezar a ganar dinero cuanto antes que en la universidad, y se había lanzado a abrir un pub al que – a pesar de no contar con muchos más amigos que yo – acudirían todas las chicas de clase y, detrás de ellas, todos los babosos compañeros de instituto. Me pidió que le ayudara en la inauguración, así que allí nos plantamos desde las ocho de la tarde, la música a todo volumen, solos e impacientes. Aprovechamos los larguísimos tiempos muertos intercambiando discos, inventando planes y, sobre todo,probando todos y cada uno de los rones que había en las estanterías. Pasó la noche y no vino casi nadie, y los que vinieron apenas se quedaron. Pero los ánimos no decayeron porque nos habíamos ganado el derecho a soñar y aquella noche el sueño parecía esperar a la vuelta de la esquina.

Pero lo que finalmente encontré de vuelta a casa fue la bronca de mi madre, que se había desvelado esperando a su hijo favorito, su niño el estudiante. Sin embargo yo ya no era un niño sino un hombre con derechos y, por supuesto, entre mis libertades estaba la de llegar a casa incapaz de articular palabra. Discutimos y ví que aquella era la mejor oportunidad que se me había presentado para independizarme. Me armé de valor y busqué una maleta vieja en la que metí un par de camisetas y un vaquero. Luego empecé a llenar el espacio restante con los libros que poblaban la estantería encima de la cama. Era tan ingenuo y ridículo que aún pensaba que la literatura arropaba más que la ropa interior.

Pasados unos meses en la legión, Jünger vio como sus sueños africanos se daban de bruces con la realidad. Así lo cuenta Berger y a partir de ese momento el diario pierde la fuerza y el interés del viaje por hacer, se convierte en un retrato perezoso de la prosaica realidad. Defraudado por la tediosa vida en el cuartel, Jünger accedió finalmente a la exigencia de su padre y emprendió el camino de vuelta a casa.

En mi caso la realidad se manifestó en el peso de los libros ya que el cansancio y el aturdimiento producidos por la ebriedad hacían imposible caminar más de cinco metros con la maleta al hombro. Decidí posponer el plan y optar por el cobijo de las sábanas frescas y planchadas que mi madre pacientemente me ofrecía. A los cinco minutos estaba dormido.

Aunque volviera a Alemania Jünger mantuvo su sueño de viajar a África, un sueño que sin embargo no pudo realizar a causa del estallido de la II Guerra Mundial. Pero él era un idealista irredento y no despreció la oportunidad de vivir su vida al límite alistándose voluntariamente en el ejército nazi. Volvió a golpear sus ideales contra los hechos. La locura colectiva de la que fue partícipe arruinó definitivamente sus ensoñaciones quijotescas e infantiles. Una vez pasada la guerra dio muestras de un escepticismo propio de un hombre maduro. Se hizo viejo, melancólico y más interesante.

Cuando yo desperté la ropa estaba tirada por el suelo, la resaca martilleaba mis meninges y la maleta de cuero gris llena de libros todavía estaba allí, sobre la alfombra de mi cuarto, componiendo un bodegón absurdo que selló mi renuncia definitiva a convertirme en hijo pródigo. Las risas sarcásticas de mi madre al día siguiente me decidieron a madurar, así que empecé a fumar en casa y me pasé al gin-tonic.

2 comentarios:

  1. Es tarde, mi maleta esta llena de sueños y de libros viejos donde se abandonan las palabras que, a pesar de su sabiduria, son incapaces de mostrarme las respuestas a las preguntas de toda una vida. Es tarde, tus palabras se mezclan con mis recuerdos, los olores de hace tiempo, los fracasos y las insolentes dudas que me acompañan cada noche en el quicio inverso de la rutina. Es tarde, bebo ron, y me abandono a leer tu relato, me distraigo entre sus imagenes y soy un poco mas libre. Es el Ron, casi seguro, pero por si acaso seguire leyendote... .

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  2. Muchas gracias por tus palabras Almásy, es un honor. En cualquier caso estoy convencido que hay muchas más respuestas, aunque sean engañosas, en una copa de ron que en los libros, que nos engañan con ilusiones que parecen respuestas.

    Un abrazo.

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