Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 10 de junio de 2009

Obediencia debida

Anatomía de un instante

Javier Cercas,

Mondadori, Barcelona, 2009.

Una cuestión moral planea sobre todo el relato que Javier Cercas ha hecho de los sucesos y las circunstancias que dieron lugar al golpe de estado del 23 de Febrero de 1981. El dilema es la imposibilidad de adquirir una ética de la traición, esto es, la incapacidad de construir un código de la infidelidad, un conjunto de reglas y valores que permitan a alguien actuar en contra de los principios a los que ha sido fiel siempre, empujado por otros más recientes que se manifiestan con especial intensidad y convicción.

Aquel que cambia, repentinamente, de principios, de bando o de pareja, está destinado a ser juzgado en rebeldía y condenado sin piedad dado que existen pocos pecados que consideremos más graves que la traición.

Desde Judas a Luis Figo, todos los traidores han sido odiados y perseguidos hasta la melancolía. Sólo los conversos han tenido mejor aceptación, seguramente protegidos por la existencia de otro bando dispuesto a acoger al infiel, a redimirlo. No es así en política, y menos aún en la política tal y como era en España a principios de los ochenta en los que cualquier opinión de carácter político emanaba dosis de misticismo mucho más potentes que los de cualquier religión. Tanta pasión ideológica excluía, sin remedio, la posibilidad de acoger en condición de igualdad al tránsfuga.

Dante imaginó a los traidores a la patria penando sobre hielo, y como estatuas heladas permanecieron en el congreso de los diputados los tres traidores protagonistas de Anatomía de un instante: Adolfo Suárez, presidente del gobierno y traidor al franquismo que le dio todas sus oportunidades, y también traidor al Rey, que le dio la última y más importante; Manuel Gutiérrez Mellado, que era vicepresidente y ministro de defensa y traidor a las fuerzas armadas por su ambición personal que lo había llevado al bando de Suárez; y Santiago Carrillo, secretario general del PCE y diputado que había traicionado a todo el antifranquismo con sus renuncias y tragaderas.

No es exacto decir que los tres protagonistas de esta novela de no ficción se quedaran helados como estatuas cuando la pandilla de Tejero entró en el hemiciclo del congreso ya que Suárez y Gutiérrez Mellado forcejearon con los guardias civiles, y Carrillo se las tuvo que ver, más pacíficamente, con uno de ellos. Pero el ensayo novelado que ha escrito Cercas se centra en el instante en el que Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo esperan sentados e inmóviles – fumar como condenados no es moverse – en sus escaños, rodeados por un mar de diputados tumbados en el suelo, asomando tímidamente la mirada, mostrando con su ausencia todo su pavor.

Es llamativo descubrir que somos mucho más comprensivos con los cobardes que con los traidores. También es curioso como el cobarde habitualmente recuerda en tono reivindicativo su actitud, mientras el traidor siempre necesita explicar sus actos. La sociedad española, – no sólo lo cuenta Cercas, sino que lo cuenta cualquiera que recuerde esos días – se recluyó en su casa toda la tarde del 23 de Febrero, aterrada, dispuesta a aceptar con resignación aquello que resultara del asalto al parlamento. Con los años esa misma sociedad – el bando contrario que debía haber comprendido la iluminación de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, y en consecuencia haberlos acogidos como conversos – vio como los mismos diputados que permanecieron escondidos de cuclillas, los mismos que habían conspirado los días previos al golpe, leían un manifiesto alabando la valentía y la respuesta de rechazo firme que todos habíamos dado aquella tarde a los agresores de la democracia.

Perdonamos y apoyamos al cobarde, como perdonamos y apoyamos a un amigo enamorado loco de su amante pero incapaz de abandonar a su mujer. Al traidor lo condenamos sin piedad, ya lo he dicho; al infiel, a ese que llega un día y nos dice he dejado a mi mujer, sólo sabemos dejarle solo. Igual de solos sabían que estaban Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado; sabían que el golpe de estado significaba su desaparición definitiva de la escena política – certificada tras las elecciones de 1982 –, pero esta certeza debió de actuar a modo de escudo protector de las estatuas, que quedaron observando cómo se cerraba el último capítulo de la guerra civil en el que, dice Cercas, definitivamente quedaría instaurado un sistema político equivalente al derrocado por los militares en 1936.

Segun él mismo relata, la tarde de 1981 Javier Cercas corrió, tras oír la noticia del asalto de Tejero, hacia la universidad en búsqueda de una compañera por la que había perdido los papeles. Que yo recuerde, mi último acto con cierto contenido político fue una manifestación contra la guerra de Irak en febrero de 2003. Yo había acudido arrastrado por P, de la que estaba totalmente enamorado a pesar de las continuas discusiones. Me dejé llevar por complacerla, por no desentonar en un fin de semana en el que nos visitaban sus amigas, todas ellas muy progres y muy modernas. Pero yo, entre la multitud que invadía la Gran Vía, era un traidor.

Pasados los meses de regalo que P me concedió, abandoné definitivamente cualquier vínculo – libros, prensa, debates, discusiones – con la política, y decidí recrearme en mi individualismo cínico y descreído. Sólo una llamada a la que no puedo ser infiel, me lleva a acerarme nuevamente a un debate del que soy incapaz de sacar nada en claro. Ya veis, soy un traidor. Necesito explicarme.

3 comentarios:

  1. Otro traidor fue Hugo Sánchez.

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  2. Siempre me interesó la traición a nosotros mismos, lo que teníamos que ser, lo que dijimos que haríamos, nuestros principios en contraste con nuestros actos, etc.
    Disfruté del post.
    Tb necesito explicarme muy a menudo. Y cansa.
    Un abrazo desde mi reclusión cínica y descreída.

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  3. Muchas gracias Javier.
    No sé si estás de acuerdo, pero yo creo que darse cuenta de ser un traidor - aunque puede resultar agotador por la necesidad de explicarse - es liberador.

    Un abrazo.

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