Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 19 de marzo de 2009

Antropocentrismo congénito

La naturaleza humana

Jesús Mosterín,

Espasa Calpe, Madrid, 2006.

La acepción más comúnmente utilizada del término antropocentrismo es la más literal, aquella que sitúa al hombre en el centro del Universo. Es una acepción, digamos, estática, sustentada a lo largo de la historia por la cosmogonía aristotélica y que se derrumbó sin remedio tras la revolución copernicana.

Sin embargo la entrada del diccionario de la RAE también recoge un matiz más contundente: el antropocentrismo asume también que el hombre es el fin último – absoluto – de la naturaleza. Ser el fin de la naturaleza le añade contenido histórico a nuestro reinado; ser el fin de algo es mucho más importante que ser sólo el centro, le añade una satisfacción y placidez sólo comparables con las que ofrecen las drogas de paz y los gin-tonics después de comer.

Si la revolución copernicana derrumbó nuestra visión antropocéntrica del cosmos, El Origen de las especies debería haber derrumbado nuestra concepción antropocéntrica de la historia. Sin embargo a la vista está que no es así.

Por mucho que lo intentemos, somos incapaces de narrar la historia natural sin trazar un camino ascendente hacia una meta que, casualmente, somos nosotros mismos. Todos los filósofos lo han hecho, a veces tratando de basarse en conocimientos científicos, a veces acudiendo a elucubraciones delirantes, y Mosterín, aunque prometa y avise de que no lo hará, también lo hace.

Jesús Mosterín es un filósofo del CSIC que conoce y maneja una asombrosa variedad de conocimientos científicos. Yo le conocí con fantástico diccionario de lógica y filosofía de la ciencia publicado hace algunos años. A veces también es excesivamente enciclopédico y en La naturaleza humana este vicio le ha llevado a escribir unos capítulos aburridísimos sobre la clasificación de los animales. Otros son brillantes, como el dedicado a los orígenes genéticos del lenguaje.

La dificultad de hacer una narración coherente con la teoría de la evolución es, por un lado, ser riguroso con lo que significa la selección natural – la mayor capacidad, aleatoria, histórica y ocasional, de reproducirse de algunos seres vivos con mínimas diferencias genéticas respecto a sus congéneres – y no caer en resúmenes utilitaristas como “poco a poco, fueron incrementando un poco su capacidad craneal”, “se especializaron en masticar vegetales…” tras los que parece que se oculte algún tipo de intencionalidad. Esta intencionalidad es la que nos lleva a confundir más adaptado con mejor, más complejo con superior.

Esta dificultad acompañada de una pizca de corrección política, dos cucharadas de progresismo y una buena dosis de buen corazón, llevan a Mosterín a caer en la segunda dificultad, esto es, la de hilar un discurso que desde la ciencia derive en ciertas valoraciones respecto a la dignidad humana o la calidad de vida.

El ejemplo más claro es su reflexión sobre el control de la natalidad en comunidades muy pobres. Mosterín narra con horror y rabia la situación de aquellas mujeres sumidas en la pobreza que no hacen otra cosa que tener hijos antes de morir a los cuarenta. Reclama más dignidad para ellas mediante el control de la natalidad y nos confunde sugiriendo que esta dignidad esté implícita en la evolución de la especie humana. Pero esto no es así. Sólo estamos programados para propagar nuestros genes y no para vivir mejor, por ello, si la probabilidad de que nuestros hijos mueran antes de reproducirse es alta, optamos congénitamente por tener más. Es la estrategia, por ejemplo, de las ratas. Si por el contrario sabemos como proteger a nuestros hijos para que lleguen a la edad reproductiva, tenemos pocos y los cuidamos. Como los elefantes. Pero de aquí no se deduce en ningún caso que las vidas de las ratas sea menos digna que la de los elefantes.

Mosterín es consciente de la dificultad de eludir el antropocentrismo a la hora de explicar la historia de la evolución, y por ello cae en contradicciones que parecen peticiones de perdón por ser humano. Estoy seguro de que, de haber vía de escape, llegaría el día de la demostración de la imposibilidad congénita de describir nuestra propia naturaleza y nuestra historia con la objetividad científica que pretendemos.

A pesar de lo que creemos, no ocurrirá nunca. El avance de los conocimientos científicos nos lleva asintóticamente a un estado que sólo podrá derivar en un pantallazo azul ante nuestros ojos. Aparecerá un mensaje que diga “unrecoverable system error 087X007QP”, nos veremos obligados a resetear y comenzar de nuevo, perdiendo todo recuerdo de aquello que nos ha llevado al bucle singular de nuestro entendimiento.

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