Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

jueves, 11 de febrero de 2010

El dentista

Yo maldigo el río del tiempo

Per Petterson,

Mondadori, Barcelona, 2010.

– Te aviso con tiempo por si no los sabes. Mondadori acaba de publicar el segundo libro traducido de Petterson, Yo maldigo el río del tiempo. Te lo digo por si no te enteraste todavía y quieres salir corriendo a una librería a comprarlo.

– Lo leí en el periódico, pero todavía no lo tengo. ¿Tú ya lo leíste?

– Voy emocionadín por el tercer capítulo y voy a escribir una reseña en el periódico. Promete.

– Nada. Mañana mismo salgo a comprarlo. Por cierto, ¿qué tal la crisis de la guardería?

– ¿Crisis? Mañana sí que hay crisis. Tengo que ir al dentista y estoy acojonao.

– No me extraña. A mí me da pavor. Yo sólo voy al dentista si mi madre viene conmigo. Allí tumbado, lo único que hago es apretar el culo y cerrar los ojos.


Lírica matemática del norte

La Voz de Galicia

Culturas, 6 de Febrero de 2010.

Pablo González

“Uno comprende, después de leer solo dos libros de Per Petterson (Oslo, 1952), que llega un momento en la vida en que es bueno sentarse con tu madre en una fría terraza frente al mar de Dinamarca, cubiertos por edredones y bebiendo una copa de calvados. Que es bueno caminar con ella apretando su mano hasta clavarnos las uñas «porque somos nosotros quienes decidimos cuándo nos duele», escribía al fi nal de Salir a robar caballos, la única novela traducida al español de este gran escritor noruego antes de esta última con título igual de sugerente, Yo maldigo el río del tiempo. Y uno supone que en lo venidero se traducirán muchas más inéditas en castellano de este escritor —al menos seis—, porque resulta acogedor encontrar a alguien que cuente nuestra propia historia de búsqueda de nuestros padres sin que sean los nuestros, e incluso vivan en tierras frías y desconocidas de Noruega y Jutlandia. Y que lo haga con un estilo que habría que describir como lírica matemática: mucha emoción, mucha evocación de paisajes e infancias, pero con una dosificación nórdica que se agradece, pues es fácil caer en el abismo del sentimentalismo cuando se bordean los precipicios por los que Petterson deambula. No es en definitiva como Arco de triunfo, la novela que su madre cree que hay que leer antes de cumplir veinte años.

Petterson vuelve al asunto que a menudo nos acecha: recapitular la convivencia con nuestros padres para llegar a superar la incomprensión mutua de estos seres queridos, a menudo tan desconocidos. El protagonista lo hace cuando su madre ya tiene un cáncer incurable, cuando está a punto de divorciarse y cuando su paraíso comunista se derrumba, en esa fecha tan querida de 1989, cuando por fin cayó el muro que encerraba la gran mentira. Tan ensimismado estaba en su mundo maoísta que Arvid, el adolescente de 37 años y dos hijas que protagoniza la novela, se entera tarde y mal del acontecimiento, como se entera tarde y mal de casi todo. Por un lado quiere ser diferente a un padre al que se parece demasiado, por otro quiere cruzar el «río Grande» que le separa de una madre muy distinta a él. De todo aquello solo le quedará el Mao más humano, el Mao poeta que escribió: «Quebradizas imágenes de la partida y el pueblo de entonces. Yo maldigo el río del tiempo: han pasado treinta y dos años».”

2 comentarios:

  1. El desenlace del dentista es de momento positivo. Aun no he sufrido ninguna amputación. Sin embargo, el desenlace de la novela me inquieta. Creo que tengo que releerlo, como te comenté ayer

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  2. Bueno no sabes cómo me alegro que la experiencia odontológica fuera bien. Será la edad. Habría que aclarar esas dudas cara a cara. Un abrazo.

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