Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

martes, 15 de septiembre de 2009

Sobre la completitud de los sistemas filosóficos

Pisadas extrañas

Gilbert K. Chesterton,

Styria, Barcelona, 2007.

– Anoche nos dieron un caldo tibio de pollo, dos trozos de carne guisada con arroz y un par de peras. Sólo me comí una y la otra la metí a fermentar en la bolsa. Creo que en dos semanas tendré casi un litro, eso sí, si no te chivas. Ya te cubriste de gloria cuando me quitaron la cuchara.

– No espero que lo entiendas, al menos por ahora. Pero esta vez puedes estar tranquilo, dejaré que termines tu experimento con la fruta. Ayer también hubo fútbol tras la cena, ¿no es así?

– Ayer hubo de todo. Nos dejaron estar en la sala toda la tarde, sentados, viendo el tenis y luego el fútbol. Pero yo no quise ir, los demás me molestan. Se pasan la vida gritando.

Hubiera tenido que estar solo para disfrutarlo, solo y tumbado en un sofá, no con esa chusma. Y me habría venido bien un porro y también un gin-tonic aunque si yo fuera millonario hubiera preferido un cocktail de esos ricos, tan ricos como los que hacían en Londres cuando yo iba.

– Ahora ya los hacen también aquí en Toledo, a veinte kilómetros. Ya ves, no los tienes tan lejos. Pero cuéntame, ¿qué hiciste entonces ayer? Bueno, ya sabes, en realidad vengo a preguntarte cómo has estado toda la semana.

– Ayer al final me quedé aquí solo, toda la tarde. Me pasé el día tirado en la litera, divagando. Un porro me hubiera venido bien, y con una botella de agua también me hubiera arreglado.

– ¿Leíste los libros que te dejé?

– Sí, claro. De hecho después de comer estuve leyendo un rato, y fueron precisamente tus libros los que me llevaron a la divagación. El Padre Brown y el Sr. Chesterton…

Sabes, siempre me han llamado la atención esos enormes libros de consulta, me refiero a los manuales de consulta profesionales, los que usan los abogados, los médicos y demás. Los tomos del código civil por ejemplo, los ladrillos con las tablas de integrales, el vademécum o esos libros tabulados con propiedades de materiales que usan los ingenieros. Son libros en los que uno encuentra siempre todas las respuestas.

– Te estás desviando. No veo qué tiene que ver todo esto con los libros de esta semana.

– Vale. Ocurre que los personajes de los libros que has traído, ese Padre Brown y su creador, el Sr. Chesterton retratado en su Autobiografía, me han recordado a las personas que usan esos manuales. He estado imaginando la seguridad que les debe dar conocer un libro que aclara todas las dudas, un libro que tiene todas las respuestas. Ya sabes que tanto el cura como su creador tienen su libro, en el que, por supuesto, hallan todas las respuestas correctas.

– Sí, ¿y?

– Así cualquiera afronta la vida de cara, con optimismo. Con las reglas claras y con una explicación completa, con un sentido.

–Yo creo que sólo son personas que afrontar sus dudas con espíritu positivo.

– ¡Ya!, y si se da el caso, tienen principios inmutables donde ocultarlas. Así es el Sr. Chesterton. Él ha establecido su modelo de mundo en torno a tres o cuatro dogmas morales de los que se siente orgulloso, y no tiene el menor reparo resolver todos los enigmas con argumentos retóricos, autoreferenciados o simplemente mágicos. Para él lo importante es que su modelo de mundo esté completo.

Pero no te inquietes, no es tan grave. Me he dado cuenta que el ansia de la completitud es común a todos los sistemas filosóficos, no es exclusivo de la religión. En realidad, es en esta ilusión frustrante donde se asientan todos los sistemas humanistas. Todos comparten, de un modo u otro, las palabras que el Papa soltó por la radio anoche: Dios que es Logos nos garantiza la racionalidad del mundo. También lo dice Chesterton en su autobiografía. Aunque él lo dice con inteligencia, gracia y buena pluma, pero con la misma delirante solemnidad:

"Los poetas, incluso los paganos, sólo pueden creer directamente en la Naturaleza si indirectamente creen en Dios; si la segunda idea se desvaneciera de verdad, tarde o temprano la primera seguiría el mismo camino. Y aunque sólo sea por una especie de dolorido respeto por la lógica humana, desearía que fuera lo más temprano posible."

– Creo que tiene razón, que para creer en la posibilidad de un sistema completo, para creer en el Hombre y en la Naturaleza hay que creer en algún dios. Aunque también existe la posibilidad de renunciar a esa ilusión de la inteligibilidad del mundo y acostumbrarse a vivir sin la verdad. Pero esto no le gusta, y evita discutirlo con un chiste bueno y fácil que revela toda su intolerancia. Dice que no tolera que los escépticos tarden tanto en sacar una conclusión. ¡Ja, ja!… Claro, el juega con ventaja, ¡él tiene el libro!

– Evita excitarte, por favor.

– Aunque le moleste yo prefiero ser un escéptico, por algo soy de ciencias. Además aquí yo tengo todo el tiempo del mundo, y fuera, cuando salga, también tendré todo el tiempo del mundo para sacar una conclusión. La prisa es la hija primogénita del miedo.

– No esperaba verte así, la verdad. La semana pasada te vi más contento...

– Mira, te pondré un ejemplo. No parece posible saber a ciencia cierta si matar es algo reprobable o algo que en ocasiones puede ser razonable. Fíjate en mi caso. En realidad nadie me responsabiliza por lo que ocurrió con mi padre. A nadie le parece mal. No se me culpa por lo que hice, a mí me condenaron por cómo lo hice. Como a los toreros malos.

– ... y además hace mucho que no llamas a tu casa. Sabes que es obligatorio.

– No cambies de tema tú ahora…esta imposibilidad de saber de una vez por todas si matar es algo bueno o algo malo, es una estocada definitiva para la moral. No hay libro que lo aguante y todos nos vemos resignados a confiar en la ética, en razonar la norma, arrastrados al ejercicio delirante de establecer un límite al asesinato. ¿Pero dónde? En una defensa, ¿quizás en alguna venganza? Pronto descubrimos que no se puede; al menos no se puede más allá de acuerdo circunstancial y arbitrario. No se puede porque la Verdad choca con la realidad, porque la Verdad, en el fondo, es contra natura.

– Me estás preocupando. Esperaba verte de otra forma, pensé que te encontraría con otro estado de ánimo. Estás demasiado tiempo a solas.

– Puede ser; pero tampoco acabo de entender para qué sirven estas conversaciones y esos libros que me das y aquí estamos, aunque te aviso de que quiero cambiar el rollo.

– Eran los libros que tocaban. Además el diagnóstico me hizo creer que te sosegarían y lograrías reírte un rato.

– ¿Pero cómo quieres que me sosieguen? El famoso Padre Brown me ha parecido una caricatura en trazo gordo de Chesterton. Será por mi edad, pero me ha parecido una Jessica Fletcher con sotana, resolviendo crímenes con su Libro de los Bienes y los Males, de las correcciones y los defectos.

– Sin embargo dicen que le gustaba mucho a Borges.

– A Borges le gustaría porque le gustaban las adivinanzas, los enigmas. Pero le bastaba el divertimento, ya que él sólo vivía en su imaginación. Estoy seguro que a Borges le interesaban por igual el cubo de Rubik y la Mecánica Cuántica. Pero yo no puedo pasar todo el rato en mi imaginación. Aquí la gente ronca y grita. Además, yo tengo otros problemas, como tus visitas.

– ¡Vaya! Creía que habíamos superado esa fase.

– Escucha. La gente que vive con un Libro a cuestas, se enfrenta al misterio de que nunca conseguimos ser como Dios quiere que seamos, que nunca acabemos de funcionar tal y como él nos diseñó. Si es así, sólo hay tres posible explicaciones para que seamos tan decepcionantes. Puede ser que le hayamos entendido mal y no interpretamos bien las instrucciones del Manual. También puede ser que Él haya olvidado como nos hizo y tras una primera época de euforia hacia su obra, como Artista único que es, haya finalmente renegado de ella. También cabe la posibilidad de que simplemente le hayamos salido mal, defectuosos. Como los hijos. A veces los hijos salen cojonudos, como los espárragos. Pero en la mayoría de las ocasiones somos un fraude.

– Hay personas que no se sienten como tú. Hay formas de vivir que tú no has conocido.

– Comprendo que el golpe puede resultar duro: la incertidumbre, la falta de sentido y para eso están las drogas. Sin embargo ellos prefieren la fe, a pesar de que el precio que acaben pagando sea el miedo. Yo lo lamento y lo celebro a partes iguales.

– ¿Por qué?

– No lo sé, es una sensación que he tenido y sobre la que no he reflexionado. Tendré tiempo aquí dentro para hacerlo más adelante. De hecho ahora preferiría cambiar de tema, y te iba a pedir que me cambiaras los libros de la próxima semana, que fueran más amenos. Querría descansar un tiempo, pensar que no hay ninguna urgencia.

– No lo sé, no estoy convencido. Esperaba verte de otro modo y no creo que estés preparado. Es mejor que nos ciñamos al plan previsto. Recuerda que en dos semanas tienes comité.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Verano

El paseo

Robert Walser,

Siruela, Madrid, 2008.

Por fin ha llegado el verano, lo noto por el calor. Me he dado cuenta esta mañana al despertar, al despertar empapado a causa del calor. Luego también he notado la llegada del verano por el tono de la luz. Se pone ácida y punzante a través de las cortinas, y basta atreverse a abrir ligeramente un ojo para que la luz te fulmine y te despierte.

Así al menos ha sido esta primera mañana de verano, en la que me he despertado en una charca con una sobredosis de luz y de calor.

Había abierto los ojos molesto por la humedad pringosa de la baba que había estado vertiendo – creo que gota a gota – sobre la almohada. Pero los volví a cerrar con pereza al comprobar que la del otro lado de la cama seguía vacía, como siempre. Podía no haber sido así. Se podía haber dado el caso de encontrar allí a Carmen, una estudiante de letras que me ha estado besando en los conciertos durante todo el invierno. Pero Carmen tiene la puta costumbre de no contestar nunca mis llamadas de modo que la había dejado allí en los conciertos, en el invierno y en la ciudad.

Está bien así. A la mierda la ciudad, ya ha llegado el verano.

Me giré para mirar la hora en el teléfono y comprobé que era tan temprano como siempre; tan temprano como de costumbre me obligan la oficina y los atascos. Pero ya estábamos en verano, así que no hice caso del reloj y pensé que además, en esas circunstancias, también era una ventaja que Carmen no estuviera. Cuando al despertar me topo con compañía me resulta mucho más difícil dar media vuelta; me cuesta acomodar la almohada sin más y volver al sueño. Creo que me emociono y me desvelo.

Volví a echar un vistazo a la mesita antes de recostar de nuevo la cabeza en la almohada, por su lado seco esta vez. Me fijé en el color amarillo chillón de la portada de un libro; qué libro es ese, qué hace ahí ahora, con toda la habitación invadida por la luz ácida y por el calor. Era tan temprano.

Recordé que la portada amarilla era de El Paseo de Robert Walser que me había prestado Carmen. Se lo había recomendado con insistencia su profesora de Literatura universal I, y yo no tuve más remedio que hacerme el interesado. Literatura universal, curioso concepto. A pesar de ser la literatura una actividad exclusivamente humana, llamarla universal no me resulta ni pretencioso ni solemne, porque, al fin y al cabo, a qué otro ser del Universo – que no sea humano – puede interesarle un sustituto tan blando de la vida, tan de sofá. El resto de los seres del cosmos, estoy seguro, están mucho más interesados en vivir.

Pero, por fin, ha llegado el verano. Lo noto por el calor. Me he dado cuenta esta mañana al despertar bañado de baba y de sudor. Empecé a notar las sábanas empapadas y pegajosas justo en el momento en el que oí pasar una ambulancia tañendo su sirena. Me pareció que era en mi calle, probablemente se había parado en mi portal. Pero puede que también estuviera confundiendo el sonido de la sirena con el de claxon insistente y melódico de un coche. O quizás era una orquesta completa de coches que pitaban atascados unos contra otros una canción conocida. Dejé que se me abrieran los ojos, los dos, y que la luz - que lo invadía todo de un blanco limpio – encogiera brutalmente mis pupilas. No podía ser una orquesta de coches, es verano, ya no estoy en la ciudad y aquí no caben tantos coches.

Quedé mirando al techo celebrando la llegada del verano y la lejanía de la ciudad. Estaba en el pueblo para gozar del tiempo, para pasear por las repeticiones rutinarias de escenarios, caminar siguiendo el rumbo fijo que marca la orilla de la playa y observar el aburridísimo perfil del mar. Ahora serán la imaginación y la literatura quienes traigan cosas nuevas. En verano se puede pasear, ser niño y leer, que a fin de cuentas es exactamente lo mismo, algo así como imaginar la vida y no vivirla. Yo para eso necesito la rutina de la playa, el inmutable decorado de mi pueblo y la butaca del salón.

[…] Pero he de confesar que veo la Naturaleza y la vida humana como una serie tan hermosa como encantadora de repeticiones, y además quisiera confesar que contemplo esa misma manifestación como belleza y como bendición.

A la mierda la ciudad, debió pensar Walser cuando abandonó Berlín para volver a su Suiza rural y pasear por lugares conocidos, pasear una y otra vez por escenarios repetidos; pasear hasta la muerte. A la mierda la ciudad y la oficina, pensé yo. Me quedan muchos despertares eternos como este. Ha llegado el verano, un verano sin ciudad ni oficina, sin esa necesidad suya de algo nuevo cada día.

En conjunto la continua necesidad de goce y prueba de cosas siempre nuevas se me antoja un rasgo de pequeñez, falta de vida interior, alejamiento de la Naturaleza y mediana o defectuosa capacidad de comprensión. Es a los niños pequeños a los que siempre hay que mostrarles algo nuevo y distinto para que no estén descontentos.

Me revolví más nervioso en la cama cuando oí sonar la sirena por segunda vez. La melodía me resultó más familiar y quizás se tratara de una alarma. Pero al abrir los ojos sentí el sol más alto en mi frente y decidí que era hora de salir a aprovechar el día. Salté ágil – eso creo – de la cama y como tenía el pelo empapado pensé en visitar al peluquero, preguntarle por sus hijos y cortar un poco la melena para adecuarla a las temperaturas estivales. Decidido como estaba, tomaría una ducha fría, de esas duchas que sólo te permite un buen verano y saldría al quisco a hacer acopio de periódicos, que por esta época son más finos, llenos de noticias de conciertos y fichajes. Sólo algunas páginas siguen dedicadas a los extraterrestres que vagan por el mundo con sus guerras.

Por desgracia no tardé mucho en volver a escuchar la alarma. Ahora la oía con mucha intensidad. Abrí los ojos violentamente, asustado y finalmente reconocí la misteriosa melodía. Era el Nokia Tune de mi teléfono, el que hace de despertador.

Hacía calor y la habitación estaba invadida de una luz ácida e incisiva. Miré el reloj y comprobé que llegaba tarde a la oficina. El primer día.

No, ya no es verano.