Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 26 de agosto de 2009

Hombres solos

Il giorno prima della felicità

Erri De Luca

Feltrinelli, Milano, 2009.

Cuentan los hombres que hablan de la revolución del 2 de Mayo que siendo España, como tal, un concepto ausente de los pensamientos de sus ciudadanos, el pueblo de Madrid se rebeló contra el invasor francés harto de sus abusos y de sus pretenciosas vestimentas, pero, sobre todo, cansados de ver como los soldados de la ilustración le tocaban sin pudor el culo a sus mujeres.

Armados de una carga ideológica parecida, es decir, desprovistos de ideal patriótico alguno, los ciudadanos de Nápoles protagonizaron una revuelta similar contra el ejército alemán. Ocurrió durante los cuatro últimos días del mes de septiembre de 1943 y suele referirse como Le quattro giornate di Napoli.

Traicionados por el estado fascista italiano y amenazados por la marina americana que esperaba en la bahía el momento oportuno para el ataque, los mandos alemanes que gobernaban la ciudad de San Gennaro decidieron aumentar la presión sobre sus habitantes: se forzó el reclutamiento de los hombres válidos; se derruyeron los edificios que pudieran ser de utilidad para los aliados tras la derrota; se redujo la distribución de agua y alimentos y se represaliaron brutalmente todos los intentos de rebelión partisana. Ante el aumento de la escasez y la tensión, el pueblo de Nápoles, familia a familia, edificio a edificio, barrio a barrio, organizó una revuelta anárquica que en sólo cuatro días supuso la única derrota que un grupo de civiles infringió al ejército del III Reich durante toda la II Guerra mundial.

Como diría Erri de Luca – curiosísimo personaje de la literatura italiana y fantástico novelista – las cuatro jornadas de Nápoles fueron fruto de la complicidad, en ningún caso de la solidaridad. El pueblo napolitano, como el español, fue efímero. Duró exactamente cuatro días. Una vez huidos los alemanes y recuperado el control sobre la ciudad, el pueblo se disolvió y quedaron, solas, las personas.

Los mecanismos emocionales de la rebelión son exactamente los mismos que los de la felicidad. Así como la rebelión es el día antes de la libertad, la felicidad siempre es el día antes de la felicidad. Rebelión y felicidad son siempre el mañana, ilusiones que de tener algo realmente perceptible, tanto en un caso como en el otro, es siempre y sólo la ficción de una promesa que, inevitablemente, da paso a la tragicomedia del día después.

El pueblo de Nápoles se evaporó y llegaron desde el mar los americanos. Aparecieron con sus poderosos jeeps y sus uniformes bien planchados, sus exóticas cajetillas de tabaco y sobretodo, sus sacos de alimentos. Los recibió con especial simpatía un ejército de mujeres, algo así como una manifestación de primas de Sofía Loren, todas ellas de piel morena y gran sonrisa, tan grande, al menos, como sus escotes. Se esfumaron las mujeres y quedaron, solos, los hombres.

Cuando los hombres perdemos a las mujeres, a nuestras mujeres, perdemos la infancia y el futuro, se van nuestras madres y nuestras esposas. Quedamos pasmados, invadidos por esa impotencia tan viril ante la vida, esa soledad melancólica que tiñe de oscuridad y mierda nuestras viviendas. La promesa se convierte en una burla, el aire se llena de un caldo gris de palabras murmuradas, de miradas caídas que se estrellan en las aceras.

En este caldo gris que fue el Nápoles que les quedó a los hombres tras la batalla de las cuatro jornadas, es donde De Luca ha cocido Il giorno prima della felicitá, una historia de hombres solos.

La novela es la historia de un huérfano que recorre el camino de la adolescencia al abrigo de un portero de un edificio viejo y ya casi vacío. Colabora en su educación un librero de segunda mano, incapaz de comprender que cuando el hambre impera no hay tiempo para fantasías. Por su parte, ella, Anna, es la eterna promesa que le llevará a cometer las mismas imprudencias y repetir los mismos errores de quien no sabe – nunca se aprende – que la felicidad es siempre el día antes de la felicidad.

La soledad de los hombres solos sólo puede enseñar a sobrevivir en soledad, y los hombres solos sólo saben hacerlo de dos formas: regalando un libro o regalando un arma. Con un libro aprendemos a evitar mirar en el espejo de nuestras estupideces, nos enseñan a creer que existen experiencias ajenas que permitirán evitar nuestros descalabros. Por el contrario con un arma nos advierten que nuestros sueños conllevan riesgos, que nuestro esfuerzo es a menudo una amenaza, que nuestra libertad siempre es un ataque que se defiende a solas o se pierde.

Puede que fuera por no dejarme nunca solo, o quizás fuera por un solemne gusto estético, pero a mí nunca me regalaron un arma, ni siquiera una navaja. Quizás esto ha provocado en mí la ilusión de la compresión y la consecuente pereza ante la lucha, la dejadez del futuro. Pero si yo llevara un sable oculto en mi pantalón, si lo hubiera llevado desde la adolescencia quizás ahora me aventurara a salir a por ello, quizás pensara que hay días buenos que están por llegar y que sólo es necesario salir a cazarlos.

Pero mi padre siempre me decía que usara la cabeza y así me ha ido. Ahora sólo gano para dudas.

lunes, 17 de agosto de 2009

Ir al grano

Plataforma

Michel Houellebecq

Anagrama, Barcelona, 2002.

– Hoy follamos seguro. Sí seguro, te lo digo yo. Hazme caso, venga, nos vemos en media hora donde siempre, hasta luego. – Es lo que le dije antes de colgar, como hago ritualmente a diario en estos días de veraneo tan soleado. Pero habitualmente la esperanza de echar un buen polvo con una desconocida se evapora para ambos con la segunda copa en el primer bar. A partir de ese momento, sólo nos quedamos hábiles de mirada para observarlas desde lejos, incapaces de encontrar el ánimo suficiente para disimular el pedo y mantener una conversación que despierte un mínimo de interés.

Sólo unas horas más tarde, durante el paseo de la retirada, seguimos dándole vueltas a la incompatibilidad entre la seducción y el exceso de alcohol. Yo, mientras arrastro los pies de camino a casa, me siento incapaz de estar callado.

– Seducir es una pérdida de tiempo. Con la seducción casi nunca se folla y además, creo que en el fondo es mejor así. Para acostarse con una tía después de seducirla hay que tener bien medidas las consecuencias. En general uno acaba teniendo la sensación de que el primer polvo es algo así como una meta intermedia de algún camino que se ha empezado a recorrer. Ellas tardan tres días en reprocharte algo, generalmente con una buena bronca por teléfono. Creo que es porque no les gusta descubrir que a lo largo de ese camino también puede tomarse algún desvío.

El pueblo es pequeño y a esas horas no es difícil encontrar por la calle con unas tías jóvenes y alegres. Es verano y algunas están borrachas. Él las suele mirar con indisimulado descaro; a veces les suelta un piropo o un chiste malo, se ríe y me mira con cara de sorpresa antes de hacerme algún comentario soez. Casi siempre tiene razón, pero a veces no le presto atención. Ese día seguía a lo mío.

– Sería mucho mejor al revés. El primer polvo debería ser sin duda la salida, no una meta. Echar el primer polvo, entregar el cuerpo al placer de un desconocido, superar el miedo a ponerse en pelota, es la única forma elegante y responsable de seducir. Conocerse antes de follar es un engaño, mientras que un buen polvo es siempre un buen comienzo. También es, casi siempre, el único final posible. De lo último que queremos desprendernos es de lo único importante, de los cuerpos, de las caricias, del placer, la antítesis de la soledad. Por eso casi todas las rupturas acaban con un polvo y por la misma razón yo no acabo de entender por qué las relaciones no deban empezar, de forma inmediata y sin rodeos, del mismo modo.

Por lo menos no hemos perdido demasiado tiempo, – era hora de irse. – aunque nos hemos metido mucha mierda otra vez. Fíjate, ya no soy capaz de dar callada, así que aquí te dejo. Hasta mañana.

No sé por qué te cuento todo esto. Pero en cualquier caso me parece útil que conozcas cómo trascurren mis noches veraniegas por la Isla. Creo que te lo cuento porque soñé contigo aquella noche, te aparecías como una de las que no quieren seducir. Supongo que también tiene que ver con la lectura playera de Plataforma, en la que seducción no carnal se muestra como una fuente perpetua de frustración y un síntoma de irreversible soledad.

La seducción nos exige inteligencia comunicativa, agilidad mental y empatía, precisamente aquellas características de los humanos que posibilitan la eterna historia de la adaptación del medio. Al fin y al cabo, la seducción también es un mecanismo de adaptación del otro para satisfacer el propio interés; es un esfuerzo de simulación que pretende producir la confianza y excitación que motiven una entrega futura. El truco requiere la escenificación de un ideal, y por supuesto, la ocultación de cualquier debilidad.

[…] Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, sin la aceptación, al menos temporal de cierto estado de dependencia y de debilidad […]

El que habla es Michel, el protagonista y narrador de la novela de Houellebecq y se lo está diciendo a Valérie, la mujer a la que está completamente entregado, desde el primer momento, desde que abrió la puerta y le ofreció las piernas, sin necesidad de acudir a capacidades sofisticadas de seducción para disimular ese instinto básico y fundamental: el pánico a la soledad. No hay mayor seducción que buen polvo ni tampoco existe una forma de entrega más sincera.

Seducir sin carne consiste en hacerse visible y atractivo, y conseguirlo para mucho tiempo. Pero yo – ahora que el sol empieza a tostar aquí en la playa y las ideas que me ha dejado la novela empiezan a cocer demasiado vivamente en mi cabeza – estoy interesado en ti para esta noche.

De modo que si te encuentro en cualquier bar, ves que te miro a ráfagas cada vez más largas y tú, por la razón que sea, tampoco dejas de mirar; si más tarde tropiezo contigo en el camino hacia el baño y te digo hola, y si a ti, casi sin querer, en ese momento, se te escapa una sonrisa y con los ojos me pides que te hable, si por casualidad ocurriera algo así una noche de estas, te pido por favor que tras los saludos de rigor vayamos, sin rodeos, directamente al grano.

No me hagas esperar. No me pidas que te cuente, no hagas que te engañe.