Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

martes, 27 de enero de 2009

Cuatro manos

Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce seguido de Diario de Bar

Roberto Bolaño, A.G. Porta

Acantilado, Barcelona, 2008

Hace algunos años mi trabajo consistía en discurrir todo lo posible con el fin de escribir algún artículo. Lo solía hacer en colaboración con otras personas y me resultaba natural y casi siempre muy sencillo. Se podía repartir el trabajo por partes, los cálculos por etapas y las conclusiones por enfoques. No había mucha tensión y las discrepancias las resolvía un juez implacable. La matemática y lo conocido de la naturaleza y el poco sentido común que nos quedaba, permitían pulir casi todas nuestras discrepancias.

Pero, ¿cómo se escribe una novela a cuatro manos? A.G. Porta, escribe un prólogo a esta novela escrita con Bolaño, en el que intenta explicar el proceso. Al final tiene que rendirse y confesar que no lo sabe, que en su caso fue de mil modos y de ninguno. No lo puedo imaginar mejor. Plantearse escribir una novela – un cuento – con otra persona es imposible. Cuando surge, cuando emerge de algún mecanismo extraño de la amistad, debe ser una experiencia única. Pero conseguir una trayectoria como la de Casares y Borges, por ejemplo, me parece sospechoso.

La posibilidad de la escritura a cuatro manos es algo que puede ayudar a diferenciar claramente las dos culturas, a distinguir la verdad de la belleza. Creo que la ciencia es algo que ha de compartirse necesariamente vestidos. Para una novela, sin embargo, es necesario desnudarse. Compartir la escritura requiere desnudez porque para que resultar auténtico necesita estar desprotegido. Sin desnudez es una farsa de la que probablemente nadie salga totalmente a salvo.

Cuando empecé a escribir algunas cosas que no fueran números, sentía un pudor inmenso en mostrárselas a nadie. Pero recuerdo como mucho más vivas aquellas ocasiones en las que sentí la necesidad de compartir lo que había escrito. El miedo, la vergüenza, la inquietud o la alegría tras un elogio no tienen nada comparable con la vértigo de la entrega, con la desnudez. Con un par de gin-tonics puede ser una de las sensaciones más intensas que nos ofrece la química de nuestro cerebro.

Si mostrar tímidamente algo escrito en soledad provoca sensaciones fuertes, para escribir algo a cuatro manos – compartir la vida de los personajes, sentir los mismos odios o las mismas pasiones, pensar con las palabras del otro – es necesario estar enamorados. Como para cometer asesinatos.

Decía, a quien quisiera escucharme que no esperaba nada, que era una manera de encubrir que lo esperaba casi todo, que a su vez era vivir en el error y el crimen. Tal vez por eso ofrecí tan poca resistencia cuando Ana dijo que mataríamos a la vieja.

Así comienza la historia de amor de Ángel y Ana. Un frustrado escritor catalán y una sudamericana misteriosa, huidiza y criminal. Es una historia breve e intensa. Marcada por la entrega ciega y la más estúpida e irrealizable de las ilusiones. En el fondo es la historia de amor de Ángel, un inútil para cualquier cosa excepto que para amar y fantasear. Un tipo débil al que sin embargo admiro porque está vivo, como muchos de los personajes de Bolaño, vivos en un mundo único inventado por ellos, en el que no es necesario escapar de las preguntas:

Cierra el bolso, hubiera querido decirle, pero pensé en las certidumbres. Era cierto el hecho de que ninguno de los dos, hiciera lo que hiciera, iba a dejar de morir un día y otro. No, esa era finalmente una incertidumbre. También era cierto que lo que tiene que pasar pasará. Otra incertidumbre. Pensé entonces que puestos a morir quizá mejor sería sufrirlo en movimiento y no enfermo o viejo en una cama. Incertidumbre también, pero reconfortante.

Escribir a cuatro manos es como amar, una conexión casual e incierta. Así que estén avisados quienes me amen porque tendrán que escribir conmigo una novela. Sepan también aquellos que quieren escribir conmigo una novela que para hacerlo tendrán que amarme. Pero no hay nada seguro en todo esto.

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Diario de bar es un cuento impactante. Pero también es un cuento triste y hoy no tengo ganas de esos fangos.

miércoles, 21 de enero de 2009

Privilegio y reprobación

La isoportable levedad del ser

Milan Kundera

Tusqueta, Barcelona, 1997

Cuando alguien que me quiere me regala un libro yo me siento privilegiado. Es un acto de confianza íntima que me deja con un cargo de responsabilidad. Cuando me lo regala un desconocido me parece un atrevimiento. Con este que me regaló L. me puse nervioso.

No había leído el libro de Kundera y de repente me entraron unas enormes prisas por hacerlo. Me apetecía aprender rápidamente la historia que ella había decidido compartir conmigo y decidí que leería el libro lo más rápido posible, tratando de enterarme de todo pero sin recrearme en tomar notas o decorar las páginas con post-it’s. Además aproveché mi inmovilidad para encerrarme unos días en casa.

A los que me incordiaron les mentí con falsos planes para todo el fin de semana. Hice viajar a un amigo imaginario desde Palma para cenar, comer y romperlo todo, sólo para ocultar que me quedaba en casa leyendo. Creo que no se dieron cuenta.

Sin embargo, a pesar del aislamiento no consigo concentrarme. Estoy nervioso pensando en qué podré comentar del libro, y como tengo que leerlo tan rápido necesito buscar un hilo argumental sencillo. De pronto encuentro las ciudades de La insoportable levedad del ser.

Zurich: La primera vez que visité Zurich, creía estar enamorado de una valkiria que no me hacía casi caso. Creo que en algún momento ella se quedó hechizada con mi labia, pero no tardó demasiado tiempo en figurarse lo que se aburriría. Íbamos de camino a Praga y allí descubrimos que con un solo polvo era suficiente. Dolió pero no habría vuelta atrás.

Tomás y Teresa, los protagonistas centrales de la novela, hicieron ese mismo viaje, y cuando llegaron a Praga también supieron que no habría vuelta atrás. Habían vivido exiliados en Suiza huyendo del totalitarismo y de las mujeres. Pero una vez allí se dieron cuenta que Ítaca no existe y, miedosos por quedarse y descubrirlo, decidieron volver a Praga. Dolió y dieron la vuelta atrás.

Praga: Una vez en Praga sólo encontraron salida por el camino del aislamiento, protegiéndose, escudándose de todos los ideales y las ilusiones rotas del pasado, de sus debilidades y de su recién descubierta falta de respuestas. Buscaron cobijo hasta encontrar el vientre materno, allí donde el amor es puro y solitario.

Yo sin embargo disfruté muchísimo de Praga aquella vez que me colé en el viaje que D y M habían decidido hacer a solas. La valkiria no me había dolido tanto, y en aquel momento me resultaba imposible pensar en que pasara un día sin acostarme con D. Cogí una mochila y un hotel cutre y de pronto me encontré pasando diez días durmiendo y follando en un colchón tirado en la entrada de la habitación. M estaba molesta, sola en su cama, celosa hasta el punto de abandonarnos.

Claro que la Praga que yo conocí no tiene nada que ver con la que vivieron Teresa y Tomás. Cuando yo fui ya no se veía rastro alguno de los tanques rusos, ni había hombres con cazadora negra de piel haciendo fotos, no había policía social, ni espías ni delatores. Cuando yo visité Praga todavía creía saber qué era el bien y el mal pero no tanto como se creía en 1968, y además no le importaba a nadie lo que hiciera. Cuando Tomás y Teresa llegaron a Praga el bien era verdadero, violento y tenaz. No había alternativas, sólo existía la marcha hacia el Bien Comunista.

Tengo que saltarme algúnos párrafos del libro, como los de la explicación freudiana que hace Kundera de la necesidad de Tomás de andar de cama en cama, con la que discrepo hasta molestarme.

Ginebra: Cuando el amor se acaba uno puede sentirse liberado. Pero en muchas ocasiones uno se siente perdido. Cuando se te acaba el amor por el Bien totalitario uno se siente necesariamente perseguido. Algunos necesitan protecciones cuando se les acaba el amor. Para los perseguidos no existen protecciones. La única protección es desaparecer.

Cuando llevaba dos meses en Ginebra, D se había esfumado y yo me había puesto una tirita. La pasión científica estaba casi liquidada así que me había quedado ya sin arte ni orden. Acudí a una fiesta de cumpleaños en una iglesia y allí había una chica inglesa guapísima. Venía de visita con un maño borracho que sólo disfrutaba del jaleo a su alrededor así que hablé con ella casi toda la noche fascinado. Me estremecía cada vez que acercaba su cara al hablarme y no sé cómo conseguí resistir que me pusiera el brazo sobre el hombro. Olvidé su nombre pero no olvido el abrazo que usó para despedirme y decirme que tuviera cuidado de mí mismo. Me sentí triste y débil, siempre agraciado por una falsa buena suerte.

La vida siguió sin tener ningún sentido, pero se había hecho más real. Electrizado por el deseo, estaba listo para volver a errar. Volver a sentir el privilegio y la reprobación, una vez más, la levedad y el peso.

Teresa y Tomás, sobre todo Teresa, necesitan que el amor lo explique todo. Y que la explicación sea tal límpida que les libere de sus miedos. A Teresa de su madre y a Tomás de sus misiones. Pero la explicación no llega nunca y es más conveniente protegerse. Huir:

Desde la ventana se veía la ladera en la que crecían los cuerpos retorcidos de los manzanos. En la ladera el bosque cerraba el horizonte y la línea de montes se extendía en la lejanía. […] Los manzanos retorcidos crecían en la ladera y ninguno de ellos podía abandonar el sitio en el que había crecido, al igual que Tomás y Teresa nunca podrían ya abandonar este pueblo.

No busquemos respuestas del amor. Ni tampoco belleza. Es una mera casualidad que ni nos dignifica ni nos degrada. La serie de casualidades de las que emerge el amor sólo adquieren belleza a posteriori. Pero con la flecha del tiempo de cara no significan nada, son fruto de nuestra apetencia, deseo o necesidad y del azar. Somos los únicos animales que necesitamos explicarnos el pasado.

La vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles incorrectas. En la situación dada sólo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.

Usamos nuestra rebeldía como coartada a nuestro egoísmo. Nos declaramos diferentes, iconoclastas o rebeldes, simplemente para explicar nuestra necesidad de ser impulsivos y caprichosos, y nuestra incapacidad para renunciar a lo que nos apetece. Nos adornamos con rasgos de carácter para no parecer animales.

Yo por ejemplo he decidido ser un buen chico. No soy rebelde, procuro ser educado y generoso, incluso a veces soy obediente. Sin embargo también sé que soy egoísta y necesito hacer lo que me dé la gana, sin explicaciones ni excusas, sólo por mi egoísmo. Pero quizás esté equivocado y haya algo más que no logro vislumbrar. Quizás también el egoísmo sea otro coartada. Otro ladrido.

viernes, 16 de enero de 2009

Lo tienes hecho un asco

Las afueras

Pablo García Casado

DVD, Barcelona, 1997.

Eso me dijo antes de dejarme una mañana con el lateral izquierdo dolorido, inmóvil, rabioso y estúpidamente contento. El desorden se regocijaba definitivamente en su victoria; en la nevera ya sólo quedaban las fechas de caducidad y los estantes pedían a gritos que algo les hiciera una visita. En los altavoces sonaba alegre la celebración del día de difuntos del Sr. Chinarro.

Me quedé aturdido, mirando por la ventana a esas tristes vistas de los confines, lejos de los barrios del centro, donde dicen que la vida parece más real.

No pude evitar recordar el libro de Pablo García Casado, ese poeta cordobés que ha publicado sólo tres manuales de lírica supervivencia. Las afueras fue el primero, y seguramente dejó una cicatriz marcada en la línea de la vida, esa que se va borrando poco a poco aquí en mis manos.

Siempre aparece una lágrima voluntaria cuando leo Las afueras, el poema que abre y titula el libro. Es inolvidable.

por más que se extiendan las ciudades hasta juntarse
unas con otras por más desengaños que el sexo la muerte
o las oposiciones nos deparen quedarán siempre las afueras

la oscuridad de los polígonos industriales la ineficacia
el ministerio de obras públicas por más que se empeñen
colectivos ciudadanos asociaciones de vecinos seguirán

amaneciendo los restos del amor en las afueras

Ahora me queda limpiar la estancia, lavar la ropa y ahogarme bajo la ducha. Me desharé de las sobras. Pero voy a conservar con sumo cuidado cada uno de los restos.

miércoles, 14 de enero de 2009

Conclusión

El mundo no se acaba y otros poemas

Charles Simic,

DVD, Barcelona, 1999.

All this get us Nowhere – which is a town like any other. The salesgirls of Nowhere are going home at the end of the day. I must assure myself of their reality by begging one for a dime. She obliges me and even gives me a little peck on the forehead. I’m ready to throw aside my crutches and walk, but another wags her finger at me an tells me to behave myself.

Había quedado con L en un bar del centro para tomar alguna cerveza y una decisión. Tomé la línea 6, la línea circular del metro de Madrid que no tienen ni comienzo ni final conocidos y puede circular desde la Avenida de América a Príncipe Pío o desde los Nuevos Ministerios a la Ciudad Universitaria. Una línea de metro que no conduce a ninguna parte.

Iba sentado en un vagón completamente vacío, leyendo como hago habitualmente todas las mañanas hacia el trabajo. Mientras leía este poema, en la estación de la Puerta del Ángel, vi a Charles Simic subir al tren. Se sentó a mi lado y se presentó con su apellido, pronunciado con un extraño acento del este de Europa. Creo que subió a mi vagón y se sentó a mi lado con toda la intención, consciente de que yo deseaba hacerle alguna pregunta.

Le acababa de conocer y estaba poseído por mi timidez. Así que decidí empezar preguntándole por una cuestión más técnica, por el idioma. Al igual que Conrad, Nabokov o Améry, Simic escribe en un idioma adquirido, en un inglés que aprendió a partir de los siete años después de que su familia emigrara a América desde su Yugoslavia natal. Es curioso pensar en la historia de Simic, en un mismo siglo adquirió un idioma y vio cómo su país natal dejaba de existir.

Para que comprendiera mi interés decidí explicarle mejor mi historia. Quienes me conocen saben que el castellano es mi idioma adquirido, mientras que el italiano fue mi idioma natal. En los último años prácticamente he hablado italiano exclusivamente con mi padre y me he dado cuenta que yo le hablo como un niño y el me contesta como si lo fuera.

El idioma que compartimos se ha convertido en una reliquia del pasado, en un pedazo de vida que se ha quedado atrofiado en lo que fuimos. Una vía muerta de mi vida, un resto de un camino que parecía que iba a ser y finalmente no será. Así que este colgajo lingüístico de mi vida durará lo que dure mi padre, para finalmente convertirse en un pedazo de carne inútil que un día se desprenderá para dejarme libre de mi infancia. O quizás no. Puede que algún día tenga un hijo rubio y listo al que enseñarle italiano. Yo le hablaré como un niño – un bambino – para que él me conteste como un padre.

Inmediatamente Simic trató de tranquilizarme, me dijo que no me lo tomara tan en serio puesto que al fin y al cabo el discurrir del mundo es muy parecido en cualquier idioma. Me trató de animar: todo colgajo de carne muerta se convierte en alimento para otros, dijo, en la gasolina que inyectamos al mundo.

Sin pedírmelo, tomó suavemente el libro de mis manos. Tras buscar entre sus páginas me leyó un poema que parece un cuadro sacado de un cuento de Raymond Carver:

Las nubes le dijeron sus nombres en la tranquila tarde de verano. Pero cuando él preguntó a las nubes del crepúsculo, “¿Habéis visto a Mary y a Priscilla?”, no le respondieron. Era un grupo ceñudo y mudo. Le volvieron la espalda gris y se desplazaron hacia Sturgis, donde un granjero acababa de disparar a un caballo enfermo.

Algunos de los poemas de Simic tienen esa característica de los cuentos de Carver de representar fríamente pequeños bocados de cruel realidad. Están escritos para dejar en suspenso la posibilidad de toda explicación, sólo hablan de hechos sin verdades.

Simic hablaba en tono tranquilo y grave, acentuando intencionadamente ese acento eslavo que hace que toda sentencia parezca irrefutable. Antes de que se fuera la luz yo estaba recitándole el poema del ángel de la guarda, para lanzárle una indirecta pensando en L.

Mi ángel de la guarda tiene miedo a la oscuridad. Finge que no, me hace ir delante, me dice que en un momento estará conmigo. Casi enseguida no puedo ver nada. “Éste debe ser el rincón más oscuro del cielo”, alguien me susurra a la espalda. Resulta que el ángel de la guarda de ella también ha fallado. “Es un atropello”, le digo a ella. “El asqueroso cobardica nos ha dejado solos”, susurra ella. Y por supuesto, por lo que sabemos, yo podría tener ya cien años y ella ser sólo una chiquilla con gafas que tiene sueño.

Se apagaron las luces y nos quedamos impactados y expectantes. No sabía bien dónde estábamos y ante el temor de que estuviera cerca ya de mi destino me lancé a hacerle la pregunta. Con argumentación confusa y retorcida, le pregunté por las conclusiones, por aquello que nos sirve para decidir.

La luz volvió en pocos segundos y me di cuenta que estaba pasando otra vez por la estación de Cuatro Caminos. Miré a mi lado y Simic ya no estaba. Pero antes de salir a la superficie me pareció oír un eco insistente e inquisidor: ¿Qué es una conclusión?

lunes, 12 de enero de 2009

Verbos

Todos los hombres son mentirosos

Alberto Manguel,

RBA, Barcelona, 2008.

Después de una aventura adolescente en Chile, de breves años de convulsión política en Argentina y de algunos amores imposibles, Alejandro Bevilacqua, un misterioso escritor argentino instalado en los setenta en Madrid, aparece muerto en el barrio madrileño de Prosperidad, ese al que acudo yo cada mañana para trabajar y tomar cafés.

Treinta años más tarde, Terradillos, un humilde redactor de un periódico francés, empieza a investigar las circunstancias de su muerte. Para ello decide entrevistar a las personas con quien él había compartido confesiones y experiencias, todos ellos pertenecientes al círculo de intelectuales argentinos exiliados e instalados en Madrid. Lo cierto es que Terradillos no consigue descubrir demasiado; al menos yo diría que no consigue atar todos los cabos de la historia, pero obtiene como resultado esta novela de Alberto Manguel.

El primer entrevistado se llama Alberto Manguel, un escritor argentino instalado en Francia que se parece al propio Alberto Manguel, pero que yo no sé realmente quién es. En su larga introducción a la figura de Bevilacqua, apostillada con múltiples reflexiones literarias, Manguel cuenta que éste no era realmente un escritor. Entre otras cosas, porque abusaba del detalle. En sus narraciones –todas orales, porque no se conoce escrito alguno de Bevilacqua – se detenía en todo tipo de precisiones, sin que éstas contribuyeran a resaltar sentimiento alguno: Bevilacqua trataba de ser lo más detallado posible, que como sabe usted muy bien, es una forma de desalentar emociones.

Si el exceso de detalle sirve para desalentar las emociones, el abuso de los verbos sirve para descargar responsabilidades. Lo comprobé la otra noche, mientras veía el fútbol tranquilo en el sofá. De repente apareció por mi casa un conocido del trabajo que estaba ansioso y tenso por la relación con su mujer:

-No sé si seré capaz de explicártelo bien, pero no sé qué hacer. Sé perfectamente lo que siento, o al menos siento perfectamente lo que siento.

-Sientes lo que sientes, brillante. ¿Y cuál es el problema entonces? – le pregunté.

-Ya te lo he dicho, no sé qué hacer.

-No consigo comprenderte. Olvídate de hacer literatura y explícate mejor. Si no te importa trata de hacerlo rápido – el Sporting estaba volcado al ataque, y no quería yo echar a perder la ocasión para gritar o irritarme – estoy viendo el partido.

-Vale. Lo que ocurre es que no sé si quiero, debo o puedo dejar ahora a mi mujer.

-¡Vaya! No sé si has dicho una estupidez o si acabas de resumir la historia de la filosofía en una frase. Toda la vida se resume en las cosas que queremos hacer, las que podemos y las que debemos hacer. Es la esencia de nuestra existencia, así que no me digas que no sabes como vivir. Eso ya lo sé, porque eso no lo sabe nadie.

-La vida no es sólo eso…

-También lo sé. Pero eso es el fondo de la vida, aunque luego estén los aromas que le puedas añadir: risas, ilusiones, dolor y alegría y todo eso. Sustantivos todos, que adornan la vida cuando se convierten en adverbios. Pero los hechos están en los verbos, asume la responsabilidad y deja de filosofar.

Volví a encender el televisor, serví unas copas y ya nos quedamos en silencio. Cuando se fue, un poco más borracho y más melancólico, me di cuenta que lo único que lo que necesitaba era eludir todo tipo pensamientos, quería encontrar las respuestas en lugar de buscarlas.

Del mismo modo que mi amigo, Alberto Manguel – el autor – elude todo tipo de responsabilidad sobre la historia de Bevilacqua ocultándose tras un personaje con su mismo nombre. De este modo, el Alberto Manguel personaje, puede declararse inocente ante todo lo ocurrido y manifestrar sin pudor su hastío hacia el protagonista.

El hastío es una reacción razonable, derivada de la envidia, pero nada tiene que ver con el talento literario de Bevilacqua, ni siquiera con sus virtudes como persona. Yo creo que Manguel envidia su éxito con las mujeres, la fascinación que lograba despertar en ellas a base de esas historias falsas que parecen verdaderas.

La inocencia que reclama Manguel, el personaje, está más que justificada puesto que las vidas ajenas nunca existen. No podemos sentirnos responsable de ellas porque no participamos de sus hechos, no compartimos sus verbos. Todo nos lo inventamos. Todas las vidas son inventadas.

Hace algunas tardes L me contó la historia de José Bernal, indultado por Primo de Rivera a principios de siglo por el asesinato de un moro. Leyendo periódicos de la época especulamos sobre cómo contarían la historia sus protagonistas secundarios. Esa misma noche volví a ver Big fish, encandilado con las invenciones de Edward Bloom, el personaje con el que Tim Burton hizo una oda a la literatura. Pocos días antes los periódicos habían recogido la historia de Herman Rosenblat, un superviviente del holocausto que se había hecho famoso escribiendo la historia inventada de su amor en los campos nazis. Todo el mundo le culpaba, todos comprendían que la editorial hubiese decidido retirar el libro. Sentí pena por todos ellos, incapaces de reconocer nuestra necesidad de huir imaginándonos la vida. También recordé a Arturo Belano, el alter ego de Roberto Bolaño que creó una falsa corriente poética sólo para enamorar a una muchacha. Yo mismo lo hago, yo mismo necesito imaginarme continuamente quién soy, más aún, quién he sido, con tal de que me quieran. Alberto Manguel – alguno de los dos - lo expresa perfectamente:

Leí en alguna parte que lo único que podemos hacer para luchar contra la irrealidad del mundo es contar nuestra propia historia. Que después la verdad sea otra poco importa.

De modo que para que la vida cobre cierto sentido, tiene que ser mentira. Está en nuestra naturaleza, ahora estoy plenamente seguro de ello. Pero esta seguridad me regala una duda de índole práctica. ¿Qué debo hacer yo a partir de ahora? ¿Debo ocultarme tras una máscara con mi mismo nombre o debo seguir fingiendo que soy quien digo ser? ¿Debo empezar a mentir de nuevo o es mejor seguir mintiendo como hasta ahora? ¿Qué verbo quiero, puedo o debo elegir para mañana?

martes, 6 de enero de 2009

Dia 3

El extranjero

Albert Camus,

Alianza Emecé, Madrid, 1993.

Dia 1. Un año nuevo dura un solo día, Nochevieja. Pasadas las ínfulas de renovación que nos invaden durante esa primera noche, el ambiente recupera su aspecto habitual. El año nuevo son sólo unas horas, antes de volver al perenne tiempo cotidiano. Consciente de todo he decidido que este año nuevo será mío, que aunque sólo dure un día, al 2009 me lo como.

Paso parte de la tarde con Phil, así que el año empieza bien. Es un rato de cigarros y whisky, en el que conseguimos abstraernos de las circunstancias y hablar como lo hacíamos entonces. Con Phil siempre ha sido fácil, compartimos un espíritu animal muy similar: la misma rabia, los mismos aires de superioridad, las mismas debilidades y algún que otro vicio.

Pasamos horas hablando de libros y escuchando viejos vinilos, y me doy cuenta que las canciones que hace años nos emocionaban en el fondo no nos pertenecen. Eran de nuestros padres. Como esos valores que teníamos. Phil me comenta que le gusta lo que leo, pero cree que debería dedicar algo más de tiempo a los clásicos. Estoy de acuerdo con él, los tengo descuidados. Así que con la euforia del alcohol me digo que este año leeré libros antiguos y es más, empezaré esta misma tarde.

Vuelvo a casa con un leve exceso de copas. Pero esta noche voy a salir a comerme el año así que necesito estar radiante. En la cena de gala de todos los años estaré agudo, brillante y original. Todos se reirán conmigo y al final me dejarán solo, en paz. Eso es exactamente lo que quiero. No espero que la noche de este año sea una cacería en grupo, sino un banquete que me voy a comer yo solo.

Decido tomar una ducha ardiente pero antes me preparo la primera. La disfrutaré con la tensión baja tras el baño, secándome frente al espejo invadido de vaho.

El pedo me pone un poco inquieto ante el espejo, así que decido terminar de secarme frente a la estantería de los libros viejos. De repente estoy desnudo mirando al frente, mientras paso la toalla por el pelo y los sobacos, eligiendo el primer clásico del año. No lo dudo mucho y rescato El extranjero de Camus. No sé si es por la rabia o la excitación pero mis recuerdos me dicen que será una buena guía para esta nueva vida, por efímera que sea.

Me pongo a hojear el libro inmediatamente, sentado en pelota sobre la cama, porque quiero situarme rápido, sintonizar de inmediato con el tono tórrido e indolente de la novela. Me bastan unas pocas páginas, porque al fin y al cabo lo leí de joven y tampoco soy tan viejo. ¡Ya sé!, lo llevaré conmigo toda la noche en el bolsillo del vaquero, para poder aprovechar los tiempos muertos en los baños de los bares y evitar alguna conversación inoportuna.

Sé que esta noche estoy sobrado, que lo tengo todo para superar cualquier obstáculo, esquivar los remordimientos y reírme de los juicios. Una vez vestido como siempre, decido tomarme otra antes de salir, y de paso acompañar a Meursalt – el extranjero de Camus – en el funeral de su madre. Estoy exultante y alegre, todo irá bien.

Salgo a la calle con pensamientos de hombre libre y el frío y la humedad me espabilan. No hay demasiada gente por la calle pero al rato me topo a Marco – un extranjero de aquí - saludando a una pareja madurita. Siempre está riendo este, parece que todo le hace gracia. Se le ve tranquilo y sociable últimamente. Le digo que voy delante, que ya nos veremos en la cena, pero espero que no se me pegue por la noche. Ya he dicho que me la reservo para mí.

Antes de la cena trato de beber todo el champán que tengo a mi alcance. Se me ha secado un poco el paladar y yo necesito estar elocuente. Luego lo de siempre: cena exquisita, vino abundante, risas y discursos sobre momentos como este. La televisión canta el año nuevo cuando sólo llevamos la mitad de noche.

Nadie se ha fijado en mi libro, no lo han visto. Así que como he hecho un par de veces en la cena, durante las copas aprovecho para escapar al baño y leer unas líneas de Camus:

“Al salir, con gran asombro mío, todos me estrecharon la mano, como si esa noche durante la cual no cambiamos una palabra hubiese acrecentado nuestra intimidad.”

El año avanza de forma simultánea a mi confusión mental. La primera conversación metafísica en un bar la interrumpe una llamada. Es Sheila. Me llama para decirme que su propósito para este año es no volver a acostarse conmigo. Está harta de que no le haga ni caso. Le digo que lo siento, que no me riña. Le digo que me hago cargo porque no puedo decirle que me da igual. Se despide con un beso y yo sé que se arrepentirá. Pero esto también me es indiferente.

Bailando aparece Jessy, tan guapa como siempre. Viene achispada y sonriente así que creo la cosa irá rápido. La abrazo para saludarla y me excuso un segundo para mear, pidiéndole por favor que no se vaya. En la cola del baño el libro me hace otra señal:

“Le expliqué que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos.”

Cuando estaba de vuelta Jessy seguía allí y sólo esperó una canción para abrazarme y susurrarme al oído todo lo que me quería, lo que me había querido siempre. Dejo que me bese el cuello un rato, pegándose a mí, pero la aviso que su marido estará al llegar. Media lágrima y se marcha. Mejor así, no necesito una derrota esta noche.

Decido cambiar de bar, recuperar el hilo de la conversación borracha de mis amigos y montar un poco de follón. Pero a la entrada me atrapa Katie y me pregunta si no tengo compasión. Me pongo de mala hostia, pero intento estar amable. Como me parece poco compasivo responderle que no, le digo que no me haga preguntas difíciles y me despido con un pico. Ya está bien de jugar a las muñecas esta noche, estoy borracho y prefiero cambiar de bar. En el próximo estaré solo.

El tiempo empezó a pasar más rápido, sé que hablé con familiares, contesté un par de llamadas de teléfono y seguí meando toda la noche. Pero lo último que recuerdo es la trifulca. Me acuerdo de haber esquivado el puño de un tío que me insultaba. Todos me decían que me fuera pero yo no encuentro restos de culpa en mi memoria.

"Yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la indiferencia del mundo."

Día 2. Al despertar el castillo se ha convertido en una venta. Me siento como si me hubieran apaleado todos los moros de la Mancha. O todos aquellos que observaban a Meursalt, el extranjero, culpable e insensible ante la muerte. Son las marcas de las conversaciones exageradas de la noche, del ansia por los tiempos de cambio y la necesidad de adelantarlo a los demás. A aquellos que no entienden por qué te has olvidado de Dios, que no comprenden que quieras quitarle sentido a sus vidas.

Dia 3. Vuelta a la oficina. Encargos y proyectos. Libros por leer. El mismo futuro de siempre. El año nuevo dura sólo el último día del año viejo.