Cuando él y Emma iban a un restaurante, él siempre era incómodamente consciente de las personas que comían solas. ¿No estaban a disgusto? ¿No se sentían solas? No se le había ocurrido hasta ahora que quizás estuvieran comiendo solas por decisión propia, o por toda una secuencia de decisiones que las había conducido a un solo plato, un solo vaso, un solo periódico abierto, un libro.

Paula Fox
, "Pobre George".

miércoles, 9 de julio de 2008

El huevo y la gallina


Nihilismo y supervivencia. Una expresión naturalista de lo inefable.

Carlos Castrodeza

Editorial Trotta, Madrid, 2007.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Desde el punto de vista de la sociobiología – y en particular desde la perspectiva de la teoría del gen egoísta – la gallina es el instrumento que el huevo emplea para reproducirse.

Este original símil, empleado por Castrodeza, encierra casi todas las claves del contenido de esta - a ratos enfarragosa[1] - reflexión filosófica sobre la naturaleza humana y el origen biológico del humanismo. Las conclusiones del ensayo son inevitablemente nihilistas, pero para eso merece la pena andar el camino.

Hace unos siete millones de años la lenta ruptura del valle del Rift, y la transformación del paisaje que produjo, obligó a unos monos acomodados en las rama de los árboles a levantar el culo, bajar al suelo, erguirse y buscarse la vida en un medio completamente diferente. Al abrirse el horizonte se abrieron también múltiples posibilidades de supervivencia para un animal, el hombre (¡vale, los homínidos!), que con el paso del tiempo ha conseguido adaptarse a medios de los más heterogéneos. El mecanismo de adaptación – de supervivencia – que lo ha permitido, y que a su vez se ha ido construyendo en el camino, es una característica biológica única del hombre: la conciencia.

La capacidad del hombre de pensarse a sí mismo, lo que es lo mismo que la capacidad biológica de simularse a si mismo, y simular así su interacción con el medio (lleno de otros), le ha permitido aprender técnicas de supervivencia variadas, y desarrollar capacidades físicas excepcionales. Y entre todas ellas la reina es, sin duda, el lenguaje.

De allí a desarrollar una cultura y plantearse que esta tenga unas reglas morales, si no es un salto son dos. ¡Coño! Desarrollar una cultura es construir teorías científicas, aprender a pulsar el mecanismo de la emoción con el arte o la costumbre, agradarnos y comunicarnos con mecanismos cada vez más sutiles :-P.

Si todo esto es una técnica de supervivencia entonces la tecnología, el derecho, el crimen organizado, la política, la corrupción, el imperialismo el comunismo, el nacionalismo o la religión, son técnicas para la supervivencia y están entre todos nosotros con la legitimidad de la Naturaleza. Todo para lo mismo: para intentar perpetuarnos. El mecanismo de siempre, el mecanismo de todos, el del ensayo y error.

El hombre debe pensarse a sí mismo para sobrevivir. Tiene además que hacerlo en medios muy dispares usando esa técnica biológica – la llamada libertad – con ciertas ligaduras: la limitación de los recursos y el conocimiento limitado de nosotros mismos como animales (como fenotipos). Esto explicaría la variedad de nuestras reglas, su incompatibilidad, lo competitivos que somos, lo cariñosos y protectores que podemos ser. Necesitamos el derecho a ser egoístas, pero ante el riesgo que todos lo seamos de forma descarnada, nos exigimos control y reglas, pedimos justicias. Por miedo. Somos altruistas porque nos conviene para sobrevivir.

Necesitamos el derecho a la diferencia y nos jode que la ciencia nos iguale a todos, nos convierta en estructuras bioquímicas. Pero también queremos saber para tener una oportunidad más, una ventaja competitiva, ¡yo quiero ver a otro médico!

Y ahora búscale sentido a todo esto. Ahora pregúntate si somos el huevo o la gallina.

Y descubre que eres la gallina. Que el gen egoísta – los replicadores, para ser correctos y fieles al libro – son realmente los que se sobreviven. Unas supuestas fracciones del genoma, que a veces son genes y a veces simple y misteriosamente replicadores. Estos protagonistas parásitos de la evolución explican por ejemplo que protejamos más a nuestros familiares, a nuestros hijos, con quienes los compartimos.

Un poco de política. Ahora que escribo esto se me ha ocurrido una especulación. El hecho de que a la vez que competir pidamos justicia - por el miedo a que todos seamos unos buitres - me hace pensar los ideales y las ideologías de juventud. Es el momento de abandonar el nido protector de la familia. Hemos registrado una cantidad ya no despreciable de información y debemos empezar a buscarnos la vida por nuestros medios. Entonces nos entra el miedo y pedimos justicia. Y con dieciocho años nos vemos todos militando en ideologías igualitarias: paz en el mundo, revolución o orden y honor. Todo para protegernos, para tener una oportunidad más. El bioliberalismo – el del egoísmo batallador, no el de la libertad – sería sólo apto para mayores.

Así que replicadores. ¿Y entonces ahora a qué nos dedicamos? ¿A la ciencia o a las humanidades? ¿Debemos estudiarnos como estructuras biológicas o dedicarnos a elaborar estrategias sociales mejores?

Más o menos este es el viaje que propone el libro. ¡Qué bonito!¡Todo encaja!

Visto lo visto yo he llamado a los míos. Les he dicho que no se angustien por lo que les pasa, que no tiene demasiada importancia. Que nada tiene sentido, tranquilos.


[1] ¿Por qué los filósofos tienen que poner en sus libros notas a pie de páginas larguísimas, tan largas que luego pierdes el hilo del argumento? ¿por qué necesitan citar y citar sin contención? Además siendo tan largas, ¿por qué las notas a pie de páginas tienen que ser en letra minúscula? ¿Pedantería u honestidad? Algo nos ocultan allí abajo.

jueves, 3 de julio de 2008

Versos narices arriba

La venganza del inca. Antología de poemas con cocaína.

David González (Ed.)

Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla, 2007.

Nunca me he sentido fascinado por las presuntas conexiones entre las drogas y la creación artística. A pesar de ello he intentado acercarme a través de algunos libros, a algunas reflexiones al respecto. Sin embargo el resultado ha sido siempre el mismo: nada de nada.

Algo similar me ocurre con la fascinación que les produce a algunos hablar de sexo con supuesta profundidad. Las drogas como el sexo – supongo que entre tantas cosas – las considero regalos de la naturaleza que, como animales que somos, podemos emplear para enriquecer o enmerdar nuestra existencia sin que por ello podamos esperar potencialidades, digamos, virtuosas.

Sin embargo el malditismo y la resistencia contracultural tienen una vocación a prueba de bomba, y resisten, e insisten. Un buen ejemplo de ello es este libro. David González es ciertamente un poeta peculiar, tanto por su poesía como por su historia, y quizás sea este el motivo que me ha llevado a leer esta colección de poemas con alguna relación con la cocaína. A él le descubrí en Feroces y desde entonces le voy siguiendo, poemario tras poemario, porque hay algo en mí que hace que me periódicamente necesite pasearme por los bajos fondos. Aunque sean de cartón piedra. Y eso esperaba encontrarme aquí: la poesía que escribe y lee David González como estos versos de Lluis Pons Mora:

Vivo en la cárcel de Palmáosla, Bolivia,

junto a mis padres y a mis dos hermanos.

Soy la pequeña. Mi nombre no importa.


Mi padre tiene treinta años de condena por

violación, robo a mano armada y secuestro.

Es el jefe de una banda:


mata a aquellos que matan o roban,

sin su permiso, o mata a quien mate a quien

le pagó para que no le mataran


Aquí dentro mi padre trafica con crack, armas,

alcohol, coca, tabaco comida, prostitutas y

electrodomésticos.


Algunos niños salimos al colegio,

cada día, ya algunos solemos volver con droga

de afuera porque nadie nos registra.


Por eso nos trasladamos,

suele decirme mi madre, siempre llorando.

al menos aquí nos respetan, y tu padre es alguien.


Al menos aquí tiene trabajo.

Al menos aquí tenemos un hogar.

Al menos aquí solo hay narcos y asesinos;


No entran las leyes, ni el gobierno, ni la policía.

Vivimos seguros, perjura mi madre.

Por eso vivimos aquí.


A pesar de estas esperanzas, las ocasiones en las que he sentido emoción, quizás un poco de dolor, o incluso algo de miedo en los poemas han sido escasas. La sensación tras leer es la de haber caído en las arenas movedizas de grupo de personas que usan el malditismo como una pose infantil que actúe como un biombo de sombras chinescas para manos artríticas.


Además de un conjunto de malditos desconocidos, el libro también recoge algunas obras de poetas conocidos (¡hasta Mario Benedetti!) o letras de canciones (¿cómo no? Leonard Cohen) o versos de cantantes más o menos famosos (eso sí, también malditos: Patti Smith o Nacho Vegas, por ejemplo). El resultado es un mosaico inconexo e inane que hace que la antología se parezca más bien a la edición de los resultados de la búsqueda de la palabra cocaína en Google. Sin embargo puede que el viaje no haya sido completamente en balde. He encontrado algunas joyas desconocidas, por ejemplo, El blues de la coca de Bukowski:

si crees que algunas mujeres no quieren más que tu amor

prueba a darles un poco de coca no recordarán de qué

color tienes los ojos

o lo que les has susurrado al oído.


pero corta unas rayas

y pásales una cerilla

(para demostrar su profesionalidad)

y

a diferencia de la mujer enamorada

volverán

fielmente.

...

Afortunadamente el libro es breve. De no haber sido así habría caído en una dependencia crónica que – como dice Escohotado en su famoso vademécum – me habría llevado a dejarme llevar por estímulos ridículos o incompatibles con mi propia idea del mundo, generalmente ligados a un complejo de autoimportancia. En otras palabras, la cronicidad me hubiera debilitado ante todo el sentido crítico, la lucidez.